38. DESPEGUE

160 27 5
                                    

Nos tomará alrededor de un dos días y medio llegar a la capital. Técnicamente, debería ser menos tiempo, pero intentaremos recorrer la mayor parte del camino por la tarde y noche, cuando a los drones y a los vigilantes del gobierno se les haga más difícil vernos.

Tamborileo los dedos de mi mano derecha sobre mi rodilla sin ningún tipo de orden, espero que nadie se de cuenta de que me muero de nervios. No por el viaje, no porque esta sea mi primera misión, sino por el simple hecho de que, lo más probable es que mi hermano esté ahí, con Aurora, en algún lugar de la capital y no puedo evitar trazar en mi mente una posible forma de averiguarlo.

«¿Qué pasa si no está ahí? ¿Qué pasa si ya es muy tarde?»

Se me revuelve el estómago, por suerte no he comido ni bebido nada más que medio vaso de jugo de pera o todo el mundo a mi alrededor vería en primer plano mi ácido gástrico, incluyendo a Julian.

Lo miró durante tan solo un segundo. No me ha dirigido ni una sola palabra desde que entré en el hangar donde guardan los autos. Tan solo me dedicó una fría mirada y regresó su atención a lo que sea que estuviera haciendo.

Da igual, no tiene por qué importarme; tengo puesto un traje negro con una cruz roja en la manga derecha y estoy lista para partir.

—Los quiero a todos en una columna, ¡ahora!

Me pongo de pie en cuando su voz retumba por todo el lugar y me posiciono justo detrás de Kallum. Entonces, veo al doctor Drew al inicio con una bandeja llena de jeringas.

—¿Qué es eso? —le pregunto a Kallum en un susurro.

—Un rastreador.

Procede a explicarme un poco cómo funciona y luego repasamos el plan antes de salir; iremos en dos grupos separados para hacer menos volumen y usaremos comunicadores para evitar que alguien rastree la señal. Viajaremos por pueblos, tenemos que evitar las ciudades puesto que son las más vigiladas y luego, iremos por las montañas.

—¿Alguna duda? —pregunta Julian.

—No, señor —respondemos en coro.

—Comandante —dice Julian, clavando la mirada en el comandante Milo—: Estamos listos.

Este asiente y nos mira a todos.

—Tengan cuidado.

...

Nunca me había dado cuenta de lo bonito que podía ser ver a la luna salir desde un auto en movimiento. Parece perseguirnos, como si de alguna manera su luz nos protegiera de los monstruos que aparecen cuando el sol se marcha.

¿Sabrá el sol las pesadillas que puede provocar su ausencia?

Nesly se ha quedado dormida a mi lado y los otros dos permanecen con la mirada en el camino mientras Kallum conduce. Vamos en el segundo auto, con Kallum al mando mientras Julian va en el primero con el resto. Tenemos los maletines repletos de provisiones para el camino, solo para el camino, porque en cuanto nos acerquemos a la capital tendremos que dejar los autos atrás e ir a pie.

Veinte minutos después, Edwin y Thomas también caen en brazos de Morfeo. Son más de las tres de la mañana, así que no puedo culparlos por ello.

—¿Sabes que las estrellas azules son las que en realidad están más calientes y las rojas las que están más frías? —dice Kallum en un susurro.

—No lo sabía, la verdad —Intento distinguir algún color en el cielo, pero el movimiento del auto me lo impide—: ¿A qué viene eso?

—Mi padre me contaba una leyenda de pequeño, el azul simboliza la pureza y el rojo la maldad, pero... ¿Qué pasaba si nuestras elecciones no se inclinaban hacia ninguno de los dos?

—Había que elegir una.

—No existe la pureza sin la maldad, Perla —hace una pausa.

—Entonces, ¿Qué se debía hacer?

Con su dedo índice derecho, señala un punto por la ventana.

—Escoger las amarillas.

Enfoco la mirada en el cielo, pero todo lo que puedo ver es la luz de luna.

Un pitido me hace girar la cabeza hacia la radio. Kallum responde al instante.

—Hay unas luces del lado este, a unos dos kilómetros de distancia. Continuaremos con las luces apagadas —ordena Julian.

—Sí, señor —dicho esto, quedamos por completo a oscuras.

Continuamos el trayecto al menos un kilometro más, cuando de pronto, Julian nos ordena detenernos.

—¡Levántense! —exclama Kallum hacia los demás y de inmediato abren los ojos.

—¿Qué pasa? —pregunta Kallum.

—Vehículos del gobierno —responde Julian—: Se dirigen al norte.

No puedo ver nada desde mi posición, pero eso no me quita para nada el nerviosismo que siento en mis extremidades por lo que tengo que sostener mis propias manos entre sí para calmarme.

—Creo que llevan rehenes —vuelve a hablar Julian.

—¿Cómo? —digo yo.

—Tenemos que salir del campo —responde—: Se han ido, en marca.

Entonces, Kallum arranca de nuevo el motor del auto. 

 

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
PERDIDA EN TINTA ROJA ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora