55. CATARSIS

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«Cordiam».

Llevo al menos cinco minutos leyendo el nombre de la calle en la que me encuentro, para asegurarme de que es la correcta. O quizás, sea para ganar tiempo y evitar el nerviosismo que amenaza con tirarme aovillada al suelo.

En cualquiera de los dos casos, necesito espabilar y apresurarme.

El viento frío de la mañana golpea mis brazos descubiertos. Llevo puesto un enterizo blanco de una suave tela que no cubre nada el frío y ni siquiera traje mi mochila, tan solo tengo el arma escóndida en el algún lugar del enterizo de fácil acceso. De igual forma, no creo usarla, tan solo haría que me capturen.

Intento mezclarme entre la gente. Quienes caminan con rigidez, uno detrás del otro, manteniendo la misma distancia entre ellos. Tan sincronizados que me preocupar no poder imitar cada uno de sus movimientos. Es como si los hubieran diseñado de esa forma.

Es casi, siniestro.

Tan solo llego a avanzar un poco, cuando siento un ligero toque en mi hombro. Me sobresalto, preparándome para lo peor, pero me relajo al instante al ver el cabello rubio de Chad.

Él también lleva puesto un traje blanco y tiene los brazos dentro de los bolsillos de su pantalón. No parece tener ni una pizca de temor.

—Ni siquiera quiero preguntar cómo es que sabías que estaría aquí —Mantengo la mirada al frente.

Chad apunta con su dedo índice a mi bolsillo.

—El holograma.

Ah, el rectángulo de vidrio.

—Vale, ya entendí.

Él sonríe de lado y hace un gesto hacia la siguiente calle.

—Vamos, es por aquí.

...

Mantenemos el sigilo mientras atravesamos la calle. Hay drones por doquier, por lo que debemos seguir el flujo de gente para evitar toparnos con uno de frente. Chad me ha dicho que las cámaras de las calles detectan los movimientos, así que también debemos tener cuidado para que ninguna nos pille el rostro.

Al doblar en una esquina, sin querer choco mi brazo con el de una mujer que rueda un coche de bebé y creo que va a decirme algo, así que me preparo, pero ella no se inmuta en lo absoluto.

Una presión en mi brazo derecho me obliga a mover mis piernas de nuevo; Chad nos conduce con toda seguridad a través de la capital. Había deducido que estaba familiarizado con esta, pero no imaginé a qué grado.

Por un lado, parece como si hubiera vivido aquí antes, pero por el otro no encaja con ninguna grieta de la ciudad.

Durante el camino, los espejos de los edificios y locales nos enseñan nuestro reflejo. Uno que hace que mi corazón de detenga por un segundo antes de reanudar su marcha a una velocidad fuera de lo normal porque, físicamente, parecemos como ellos.

La sobria vestimenta me hace ver mucho más pálida de lo normal, me hace sentir como si no fuera yo misma. Como si, la Perla que veo a través del espejo no estuviera viva.

Sacudo la cabeza.

«Concéntrate, Perla».

Chad detiene su marcha y señala con la barbilla hacia una estructura que se alza en medio de un campo verde.

—Ahí está —murmura.

Enfoco la mirada en ese punto y el reflejo del brillo del sol me da de golpe en los ojos. Es ahí, el edificio Gamma, parece una torre de cristal desde aquí. Un remolino se asienta en la boca de mi estómago, muevo la cabeza, obligándome a mantener la calma. Es ahora o nunca, es todo o nada.

PERDIDA EN TINTA ROJA ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora