56. MANGATA

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Nuestros pasos se escuchan como pequeños rechinidos sobre el piso de cerámica blanca. Mis piernas tiemblan con cada paso porque puedo sentir la euforia recorrer cada parte de mi cuerpo, mezclada con nerviosismo y ansiedad. Pero no le tomo importante, mi mente está concentrada en otra cosa.

Callum está aquí y es todo lo que me importa.

Empiezo a sentir una extraña sensación. Mi corazón se acelera, y quizá se deba al hecho de que estoy corriendo, pero también debo relacionarlo con que él está aquí.

La razón de mi vida está cerca de mí.

El olor a antiséptico es tan fuerte que me produce una ligera comezón en la nariz a pesar de llevar el tapabocas puesto. Atravesamos los pasillos con la suficiente rapidez; sin embargo, es imposible no fijarse en los cuerpos desmayados del personal médico y de uno que otro guardia.

Chad se detiene de golpe y se inclina hacia dos cuerpos con bata blanca. Rebusca en sus bolsillos hasta agarrar dos tarjetas de identificación y tenderme una.

—Necesitaremos esto para abrir los dormitorios —dicho esto corremos hasta los elevadores, pero cambiamos de opinión al instante y vamos por las escaleras.

Subirlas a esta velocidad es sofocante pero no podemos darnos el lujo de esperar, no ahora, que todo está tan cerca. Subo de dos en dos, apenas sosteniendo la barandilla de metal. Cuando llegamos el séptimo piso, nos detenemos en seco. Miro a Chad y él me mira a mí con una expresión que no puedo descifrar pero que tiene un pequeño toque de atisbo.

—Hay dos secciones, una está cruzando ese pasillo y la otra del otro lado. Sera más fácil si nos separamos —Asiento efusivamente y comienzo a moverme, pero Chad me detiene por el brazo—. Ten cuidado —susurra.

Suelta mi brazo y yo le dedico una última mirada antes de dar media vuelta y salir trotando por el pasillo.

...

Deslizo un par de veces la tarjeta en una pequeña caja a un lado de la puerta hasta que por fin un sonido de confirmación me indica que está abierta.

Un largo pasillo blanco me recibe en el momento en el que cruzo la puerta y escucho un pitido en el auricular antes de escuchar la voz de Chad.

—¿Todo bien? —pregunta.

Presiono el botón para hablar.

—Todo bien, hay un largo pasillo con muchas secciones —describo pasando la vista por cada rincón.

—Revisa en todas las puertas, pero las camas deben de estar al fondo.

—Entendido —El ligero pitido vuelve a aparecer y la comunicación se apaga.

Deslizo la tarjeta en las primeras puertas y todas están vacías. Entro en lo que parece ser un armario lleno de ropa igual a la de las fotografías. Pantalones grises y blancos de pijama y franela de los mismos colores y zapatos blancos.

De la nada, comienzo a escuchar pequeños susurros que no llegan a formular ninguna palabra en concreto. Sin perder ni un solo segundo, corro hacia la puerta y a través del pasillo hacia el final. Resbalo un poco al detenerme de golpe, pero apoyo mi mano sobre la fría pared para mantener mi equilibrio. Deslizo con rapidez la tarjeta para abrir la puerta, pero mi mano tiembla y tengo repetir el proceso un par de veces hasta que ésta cede.

Casi quiero llorar cuando la puerta se desliza a un lado. Lo primero que veo, es un enorme ventanal con vista a la ciudad, aunque supongo que todo el edificio debe de ser así. Luego, observo las camas.

Son muchas, una al lado de la otra. Tan sobrias como el resto de la ciudad, la tenue luz las ilumina desde el techo, pero lo que realmente llama mi atención son esas pequeñas bolitas debajo de las mantas. Hay al menos unas cincuenta camas y la mayoría están ocupadas.

Los niños duermen, sumidos en un letargo viajando más allá de las fronteras.

Me congelo por un segundo, antes de sacudir la cabeza y disponer a mirar en cada una de las camas. La decepción me golpe cuando descubro que estos niños son mucho más pequeños que Callum. Observo el rostro de una pequeña niña que no debe tener más de dos años de edad y paso saliva.

Alzo la mirada hacia el cristal del ventanal y entonces, la veo.

La niña fantasma que ha estado atormentándome por mucho tiempo, está parada justo bajo el umbral de la puerta. Sus suaves facciones están serias, observándome a través del reflejo, enseñándome el camino de nuevo.

Obligo a mis pies a moverse siguiendo sus pasos, pero al llegar al pasillo, ella ya no está. En su lugar me topo de frente con otra puerta, donde parece haber un revoltijo de pisadas.

Deslizo la tarjeta con firmeza abriendo la puerta de inmediato, dándome la misma vista de la otra habitación. Solo que ésta vez, hay niños mucho más grandes, y despiertos.

Y están riendo, correteando por toda la habitación, saltando en las camas y arrastrándose por el suelo. Como si este lugar fuera un parque de diversiones en vez de una cárcel; no puedo culparlos, su inocencia pura les dice que todo estará bien, aun cuando, el mundo se esté cayendo a pedazos.

Mi vista viaja a través de los rostros angelicales, y doy un paso hacia el interior de la habitación. Sin dejar de buscar, llevo una mano al botón del auricular para hablar con Chad.

Estoy a punto de hablar cuando sin advertirme, algo me detiene.

—¿Katie? 


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