6. FUEGO

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Recuerdo con exactitud el momento en el que el tiempo comenzó a pasar más lento en mi vida, en el que los días se llenaron de una pesada carga que comenzó a cernirse sobre mí como si la gravedad se lo hubiera ordenado con el fin de acabar conmigo; sin embargo, desde hace dos semanas, las horas parecen viajar a la velocidad de la luz.

La herida de Julian ha tomado quince días en sanar lo suficiente como para que pueda marcharse sin tener una recaida y a mi hermano le ha tomado un poco menos para apreciarlo mucho más de lo que me gustaría. Por mi parte, a pesar de que hago un gran esfuerzo por mantener la guardia baja, todavía me cuesta. Hay algo en él y en esa forma tan particular que tiene de mirar alrededor o incluso en el tono ronco de su voz que me mantiene inquieta, alarmada.

Hace quince días, pensaba que asesinar a un vigilante era algo imposible y el tipo de ojos azules al que he estado manteniendo con vida asesinó a uno.

¿Quién es él?

¿A qué se refería esa carta?

No he dejado de repetirme esas preguntas una y otra vez como un círculo vicioso. Más de una vez he querido preguntarle, pero dado que solo subo a verlo para llevarle comida, agua o para revisar la herida, no he encontrado un momento adecuado para preguntarle, no se siente correcto preguntarle sobre cosas que no me incumben.

Quizá... quizá solo estoy tratando de que deje la menor marca posible, aunque en mi subconsciente sé ya que es muy tarde para eso.

Me recuesto contra el respaldo del sofá y cierro los ojos. Trato de quedarme lo más quieta posible en un intento por ignorar el sofocante calor que envuelve el lugar. Agosto es el mes más caluroso de este estado y la sensación es apenas soportable.

Necesito descansar un poco si quiero rendir el día de mañana.

Necesito obtener una de las cajas, necesito asegurarme de que tendremos alimento durante el próximo mes, de no ser así tendré que quedarme mucho más tiempo en la capital y no me gusta dejar a Callum solo, pero no puedo llevarlo, no puedo arriesgarme a que alguien por ahí lo vea conmigo y pregunte sobre nuestros padres.

Diez minutos después, me levanto tan rápido que un pequeño mareo me asalta y me nubla la vista. El aturdimiento dura un par de segundos en los que debo cerrar los ojos con fuerza. Cuando termina, tomo mi mochila del suelo y la llevo a la cocina.

Tomo otra botella de agua solo por si acaso y la guardo con el resto de las cosas, no sin antes asegurarme de que llevo todo lo necesario para el camino y la estadía en la ciudad; un par de manzanas verdes que recogí por el camino ayer, una manta, antiséptico, un pequeño kit médico, linternas recargables con el sol —que encontré en esta casa—, un par de guantes de cuero y un cuchillo que utilizo en ocasiones para soltar las cuerdas del paracaídas en el que viene la caja.

No suelo llevar cosas muy pesadas porque el contenido de la caja en sí suele ser pesado y tantas cosas pueden dificultarme el paso si tengo que correr.

«Como casi siempre».

Nunca es suficiente, por más que lo intente, nunca es suficiente.

Hace un par de años, el gobierno decidió repartir —lanzar desde un helicoptero—, cajas repletas de medicamentos, comida y productos escenciales en las ciudades con el próposito de ponerle fin a los saqueos de las tiendas; sin embargo, cuando éstas dejaron de funcionar por completo, comenzaron a enviarlas mensualmente. El problema es que nunca son suficientes, tan solo envían unas pocas para cada ciudad y conseguir una a veces puede convertirse en un baño de sangre.

En eso nos han transformado, en bestias hambrientas que se desgarran las extremidades para poder sobrevivir.

La mayoría de las veces tengo suerte de conseguir una, he estudiado las zonas menos pobladas de la ciudad donde suelen caer los paracaídas, pero no siempre salgo del todo ilesa.

PERDIDA EN TINTA ROJA ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora