11. DESERCIÓN

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...

«¿Esto es una pesadilla?»

Tiene que ser una pesadilla.

«Necesito que sea una pesadilla».

Apenas tengo unos vagos recuerdos de lo que fueron las siguientes horas y ninguno de ellos es lo suficientemente fuerte como para crear una imagen viva de todo lo que ocurrió. Es como si mi cuerpo y mi mente hubieran sido sometidos a un trance, como si se hubieran paralizado en el tiempo y me hubiera quedado atrapada en algún lugar intangible de nuestra dimensión.

No sé qué pasó conmigo.

Desperté en medio de la noche, descalza, sin arma y sin siquiera saber cómo es que llegué al bosque o como terminé durmiendo en el suelo. Es posible que me haya tropezado y caído, porque tengo un dolor punzante en el pie y las capas de sangre seca de mis antiguos raspones han sido reemplazadas por unos nuevo que arden, que queman mi piel con cada movimiento.

El letargo de mi cerebro me confunde porque aún no estoy segura de estar del todo despierta, quizás aún sigo danzando en el limbo de la semiinconsciencia. No lo sé, no lo entiendo.

Pongo un pie dentro de la casa y de la nada, el dolor en el pie pasa a un segundo plano cuando recuerdo la razón por la cuál no quería regresar. Entonces, un agujero se asienta en mi estómago y siento como se forma el nudo en mi garganta.

«Callum no está».

Mi hermanono está.

Me quedo paralizada bajo el umbral de la puerta con el corazón en un mano y la mente en un agujero. No parece real. Siento que en cualquier momento va a bajar por las escaleras brincando para enseñarme uno de sus dibujos o para decirme el nombre del nuevo bicho o animalito que encontró por ahí.

No.

No es real...

Mis ojos comienzan a picar por las lágrimas e intento contenerlas en vano. La primera lágrima cae con una lentitud que me quema la piel de la mejilla, a ésta le siguen otras y debo presionar mis ojos con las manos para controlar la cascada en la que se han convertido. Me dejo caer en el suelo sin importarme mi pie lastimado mientras el dolor se abre paso por cada vena de mi cuerpo.

Mi pecho duele, arde, quema hasta el último de mis sentidos con tanta fuerza que cuando intento dar un paso más, mis pies tambalean y todo lo que puedo hacer es caer al suelo de rodillas. Apoyo mis manos contra el piso e intento respirar, pero en su lugar, se me escapa un sollozo.

No es real...

«No puede ser real...»

Después de la muerte de mis padres, no pensé que a podía volver a sentirme de la misma forma, no creí que volvería a sentir ese dolor en el pecho que apenas me deja respirar. Pero me equivoqué, jugué con mi propia mente, me mentí a mí misma porque en el fondo sabía que iba a dolerme como el infierno. Sabía que si lo perdía a él iba a perderlo todo.

Los muros a mi alrededor están destrozados. De repente, siento que he vuelto a ser esa niña de cristal débil que algún día fui, que he vuelto a caer en ese letargo que tanto me asustó y, aunque no estoy muy segura de si alguna vez supe quién era, he vuelto a perder mi cordura y la poca estabilidad que había logrado crear.

PERDIDA EN TINTA ROJA ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora