48. SOFLAMAS

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Julian se encuentra recostado contra la encimera de la cocina, con los brazos cruzados a la altura del pecho y expresión seria que hace a ver sus ojos azules opacos y cargados de cólera. Los dedos de mis manos tiemblan por la sorpresa que todavía vibra entre nosotros. Luce como un padre que está a punto de castigar a su hija rebelde.

—Ella no... —Le dedico una mirada para que guarde silencio. Sé lo que intenta hacer y no voy a dejarlo. Fue mi decisión ir ahí, ahora me toca afrontar las consecuencias. Chad alza una mano en señal de paz y se marcha de la habitación.

Cierro mis manos en puños y dejo que cuelguen inertes a los lados de mi cuerpo antes de tomar una gran bocanada de aire para hablar, pero Julian lo hace primero.

—Entonces, Perla, ¿dónde estabas? —Ni siquiera puedo reconocer el tono de voz que usa, porque es tan oscuro y tan ronco que me hace dar un paso atrás por inercia.

—Fuimos a... —guardo silencio, porque él vuelve a hablar.

—En realidad, no me importa —espeta, dejándome desconcertada—: El punto aquí es que no me pediste permiso —Se despega de la barra de la cocina y da un paso hacia mí, imponente—: Te recuerdo que estás bajo mi cargo, ¿eres consciente de ello o tengo que explicártelo con manzanas?

—Julian, esto...

—Señor —me interrumpe.

—Señor —pronuncio, apretando los dientes—: No es lo que crees.

—¿Y qué crees que creo?

—Que fui por ahí a... —No puedo continuar hablando.

—¿A qué, Perla? —No me gusta la forma en la que pronuncia mi nombre—: ¿Qué te fuiste por ahí a una fiesta? A una fiesta del gobierno. Donde no solo te expusiste a ti, sino a todos los que estamos aquí y a nuestra misión. No sé en qué momento se nos ocurrió que podías ser parte de esto, ni siquiera debimos dejarte entrenar —Esas últimas palabras pareciera que las dijera para él mismo.

—¿Puedes escucharme? ¡No puedes hacer acusaciones sobre mí cuando no sabes nada!

Espero que los demás no nos escuchen.

—Bien, Perla. Explícame, porque de verdad que no lo entiendo.

—Fui ahí para averiguar en qué edificio tienen a los niños, dónde... —Vuelve a interrumpirme.

—¿Sabes qué? No me importa, ¿en qué posición me dejas si dejo pasar esto por alto? No tenías una razón sensata para salir de aquí sin mi autorización. Nada, escúchame bien, nada de lo que sea que hayas ido a ser podrá salvarte de esta. Rompiste las reglas bajo una misión, podrían habernos descubierto por eso.

—¿Te estás escuchando? ¡Yo no...!

—¡No me importa, Perla! ¡No quiero escuchar más nada! —Parece inhalar profundo—: Iremos mañana a la capital y vas a quedarte sin interferir en la misión hasta que regresemos a las instalaciones, ¿quedó claro?

—Pero...

—Dije —Se acerca a mí, tan cerca que puedo su respiración mezclándose con la mía—: ¿Qué si quedó claro?

Mis cuerdas vocales pican por dejar salir todas esas palabras que llevo reprimidas. No obstante, me obligo a mantenerme callada y a hacer un gesto de afirmación. No vale la pena, no vale la pena discutir con él. Si cree que la vida de mi hermano no vale nada, toda la admiración que podía haber tenido por él acaba de esfumarse.

—Sí, señor.

—Bien —dicho esto, desaparece de mi vista. 

 

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PERDIDA EN TINTA ROJA ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora