58. EFÍMERO

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En toda guerra hay un tiempo de silencio. Bien sea porque se agotan las provisiones, o por el cansancio que vence a los soldados, sea como sea, nunca dura lo suficiente. Nunca se descansa lo suficiente. Es un tiempo en el que el reloj parece detenerse, aunque no lo haga en realidad. El silencio puede ser un sinónimo de que todo ha acabado, o bien, una señal de que algo peor está por llegar.

Cuando se estornuda el corazón se detiene por un diminuto instante, pero la sangre no deja de circular por tu torrente y tus pulmones no dejan de funcionar; sin embargo, si hay una pequeña falla, ese pequeño momento de silencio puede convertirse en una catástrofe que te terminará arrastrando a ti y a todo el que te rodea.

Un punzante sonido hace que me tambalee hacia atrás, volviendo inestable mi equilibrio. La alarma retumba a nuestro alrededor y siento como Callum hala mi mano hacia abajo haciendo que voltee a verlo.

—Katie... —dice casi en un susurro angustiado. Llevo una mano a mis labios diciéndole que haga silencio y reanudamos nuestra marcha, pero antes de cruzar al menos tres metros otra cosa hace que me detenga de golpe.

Dos puertas metálicas han comenzado a salir de los bordes de las paredes, una a cada lado, obstruyendo el paso. El ambiente se vuelve mucho más frío y el oxígeno pesado, con un ligero olor agrio. Por un microsegundo me quedo mirándolas, y solo reacciono cuando escucho el grito de Chad a través del auricular.

—¡El edificio está activado, tenemos que salir de aquí ahora! ¿¡dónde estás!? —pregunta con prisa.

—¡El paso está trancado! —puntualizo casi en una crisis de histeria.

—Dobla hacia la derecha, hay una habitación con puerta doble que da hacia éste lado, ¡corre!

«Corre, Perla».

Sin pensarlo dos veces corro de regreso sobre mis pasos, sosteniendo con fuerza la mano de Callum. Casi volamos por el aire cuándo llegamos a la puerta que Chad me indicó. Miro a todos lados buscando la salida y al encontrarla corremos hacia ella.

Giro la manilla solo para descubrir que está cerrada. Suelto un insulto por lo bajo y la golpeo con la punta de mi pie en un gesto desesperado al tiempo que vuelvo a escuchar la voz de Chad retumbar en mi tímpano.

—¡Maldita sea! ¡Perla, sal de ahí! ¡Las puertas se están cerrando!

—¡La puerta está trabada! —sueno desesperada.

—Voy para allá —Escucho sus pasos tronar con fuerza sobre el piso.

—¡No! —Miro a Callum. No puedo dejarlo atrapado—. No vengas. Buscaré algo para abrirla.

Me separo un poco de mi hermano para mirar alrededor de la habitación buscando cualquier cosa que me sirva. Hasta que de pronto, recuerdo la tarjeta y regreso mi vista hacia la puerta para ver la caja.

Mis manos tiemblan cuando deslizo la tarjeta varias veces antes de que se abra. Este descuido de mi parte olvidadiza puede constarnos mucho, pero no puedo pensar con claridad ahora mismo. El único pensamiento que tengo ahora mismo es sacar a mi hermano de aquí, cueste lo que cueste,

Sin embargo, no puedo medir con precisión los instrumentos que tengo para hacer eso. Por lo que, una vez más corremos hacia el exterior del otro lado del pasillo. Otras dos puertas nos saludan desde lejos contando el tiempo, con los engranajes trabajando a la máxima potencia, felices de ver nuestro encierro.

Distingo un movimiento del otro lado de ellas, Chad luce angustiado y se posiciona justo al lado de estas: su frente brilla a causa del sudor y yo no puedo dejar de alternar la vista entre sus ojos y entre los bordes de la maldita puerta que se acercan cada vez más.

PERDIDA EN TINTA ROJA ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora