41. LEGADO

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El pitido de mis oídos no se ha apagado; sin embargo, al menos ya puedo ver mejor. Mi cabeza palpita, pero ahora mismo es la menor de mis preocupaciones. Despego mi frente del asfalto de la carretera y giro un poco la cabeza hacía el lado izquierdo, los ojos me arden en cuanto intento enfocar la mirada en algo, por lo que debo parpadear con fuerza.

Lo primero que distingo es el cabello negro de Julian y sus intensos ojos azules observándome fijamente.

—¿Estás bien? —pregunta y yo asiento porque no me siento lista para hablar. Se arrodilla sobre la carretera y yo me volteo por completo hasta quedar sentada. Thomas está a un par de metros más allá de nosotros ya de pie y Nesly apenas comienza a levantarse.

La calle está en llamas.

«Alguien ha puesto esa caja ahí».

«Alguien sabía que íbamos a ir ahí».

Quiero hablar, quiero gritar que han intentado asesinarnos, pero sigo tan aturdida que no me salen las palabras.

—Avísale a los demás que estamos bien, debieron de haber visto el humo —dice Nesly.

Julian toma la radio e intenta comunicarse, pero no funciona. Los demás probamos con los nuestros, pero ninguno logra emitir una señal coherente.

—Tenemos que irnos —le digo directamente a Julian—: Ahora.

De inmediato, corremos por la calle hasta salir del fuego; sin embargo, unas gotas de sangre me alarman. Con rapidez, los repaso con la mirada a todos hasta que doy con la herida.

—Julian —pronuncio casi en un susurro, con la esperanza de que no me tiemble la voz—: Tu pierna...

Éste mira hacia donde estoy apuntando, pero eleva un hombro, restándole importancia.

—Espera, déjame ver —Intento acercarme, pero él se hace a un lado.

—Estoy bien, tenemos que irnos.

—Te puedes desangrar, faltan como cuatro kilómetros hasta los autos. Tengo que ver la herida —hablo con firmeza y, antes de que pueda protestar, me muevo con rapidez y levanto la tela de su pantalón.

—Demonios... —murmuro. La sangre brota de la herida en forma de cascada y recorre de manera vertical su pantorrilla; parece extenderse hasta su tobillo. Distingo una pequeña, pero gruesa vara de metal clavada a un lado.

—La vara te abrió la piel —le digo—. Pero no puedo decirte que tan profunda es, hay mucha sangre. Tengo que limpiarla primero y luego sacar el objeto —presiono mis labios sin apartar la vista de su pierna.

—¿Puede llegar a la camioneta? —pregunta Thomas y yo niego.

—Hay que detener la hemorragia, no sé si la vara esté presionando un vaso, puede que cuando la quite sea peor —Alzo la vista hacia Julian, quien sacude la cabeza.

—No podemos perder más tiempo.

—No vas a ir así, no vamos a perderte a mitad del camino —afirmo. Ahora mismo, sus ojos parecen estar en batalla con los míos.

—Podemos ir nosotros, arreglar la camioneta y luego venir por ustedes —dice Nesly y la idea no suena nada descabellada.

—Sí —respondo—: Es lo mejor —le digo a Julian.

Parece tomarle toda una eternidad aceptarlo.

—De acuerdo.

Dicho esto, quito la mochila de mi espalda y saco el botiquín médico de esta. Primero, limpio mis manos y busco un paquete de gasas y alcohol para desinfectar la herida.

PERDIDA EN TINTA ROJA ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora