46. FURIA

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—Así que... ¿tenemos que embriagarnos para sacarles información? —Hago una mueca cuando siento el olor del líquido transparente que está en la copa que llevo en la mano. Puede que la decoración no sea muy ostentosa, pero desde luego que la comida, bebidas e incluso la vajilla lo son.

Una mujer pasa por mi lado usando un largo abrigo de lana blanca que se arrastra por la arena tras sus pies, luego, se toma todo el líquido de su copa de un solo golpe.

—No puedo hacer eso —le digo a Chad.

—No tienes que hacerlo, solo tenemos que mezclarnos. Hablar como ellos.

—Hablar como ellos... —Ladeo un poco la cabeza hacia la derecha al tiempo que levanto la copa a la altura de barbilla—: Te refieres a... Brindemos por todas aquellas personas que se están muriendo ahora mismo y por el gran corazón de nuestro presidente, Evandeer Gogh —concluyo con voz victoriosa.

Chad separa sus labios de la copa para soltar una carcajada.

—Tu sentido del humor me asusta.

—No tengo sentido del humor —replico.

—Sí lo tienes —dice antes de llevar de nuevo la copa a sus labios para tomar un sorbo. Entonces, mira por encima del vidrio y de pronto sus ojos destellan fuego—: Ahí —señala con la barbilla—: Ese hombre —Lo recorre con la mirada, no puedo voltearme porque no sé que tan cerca esté, por lo que sigo sus pasos según la mirada de Chad—: Es el presidente de la comitiva de protección de menores, si hay alguien en este lugar que sabe dónde los tienen es él.

Esta vez, miro disimuladamente y de inmediato, hago un escaneo visual; es alto, delgado, con cabello negro azabache, un bigote lápiz y un traje negro con una corbata vinotinto. Al segundo, regreso la mirada hacia Chad.

—Ve a hablar con él.

—¿Qué?

—Perla, eres una mujer, ese tipo de ahí es conocido por ser un mujeriego. De seguro puedes encontrar la forma de sacarle la información.

Parpadeo, atónita.

—No, ¿estás loco? Ni siquiera sé como socializar... —Soy más de las que huyen, de hecho. Puedo tomar un arma sin que me tiemble el pulso, pero cuando se trata de hacer amigos... —: ¿Por qué no vas tú?

Chad deja la copa sobre la pequeña y alta mesa redonda.

—Porque... me reconocería.

—¿Lo conoces?

—Te lo dije, he estado varias veces en la capital y una vez, bueno... digamos que tuvimos un encuentro no muy agradable. No podemos arriesgarnos.

Miro otra vez hacia donde está el hombre.

—Bien —digo, apretando la mandíbula—: Iré.

Chad vuelve a tomar la copa y la levanta hacia mí.

—Perla —dice antes de que me de la vuelta—: Ten el arma lista.

No respondo nada y me limito a abrirme paso entre la gente. Algunas personas se acercan hacia mí o tiran de alguna de mis extremidades para bailar, intento ignorarlos de manera cortes a pesar de querer sacarles los ojos y avanzo bajo las luces de neón azules y púrpuras.

Observo los movimientos del hombre, mientras intento buscar una forma de acercármele. Está hablando con alguien más, por lo que no puedo abordarlo de golpe y ni siquiera tengo su nombre.

Odio hacer esto.

Alguien pasa a mi lado con una bandeja de copas. Estiro una mano y agarro una sin apartar la mirada del frente. Entonces, tomo un pequeño sorbo y doy un paso al frente. El hombre da un paso atrás justo en el momento preciso y termino chocando contra su espalda.

PERDIDA EN TINTA ROJA ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora