42. BÚSQUEDA

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Hay frío.

Bastante frío.

Me remuevo incómoda, mateniendo los ojos cerrados. Mi mente aún navega en el letargo de un sueño profundo que hace a mis parpados pesar, impidiéndome abrirlos.

—Perla.

Mi nombre suena lejano, como si proviniera de otra dimensión. Una en la cual el cielo y todo nuestro alrededor es de cristal, con espejos por doquier que hacen que la imagen se refleje en muchas direcciones al igual que las voces; me imagino al sonido de mi nombre flotando por ahí, repitiendo una y otra vez: Perla, Perla, Perla... para posteriormente hacer dar cuenta de lo raro que suenan las palabras cuando las repites muy seguido.

La nube de sueños se posa una vez más sobre mí antes de que una ligera opresión en el pecho me haga dar un paso atrás. Quiero despertar.

—Perla despierta —Me muevo de nuevo o mejor dicho, alguien me sacude—. Levántate.

Abro los ojos y veo borroso por un momento, hasta que logro enfocar algo. Y lo primero que veo es a Julian medio inclinado sobre mí. De pronto, mi soñolencia se espabila de golpe recordándome dónde y la situación en la que estamos. Sus exuberantes ojos azules me observan y por un segundo —y sin saber la razón—, todo lo que puedo pensar es en lo espantosa que debo verme; con los parpados inflamados y ojeras que caen hasta mis mejillas al igual que mis poros dilatados.

Cubro mi cara simulando que restriego mis ojos. ¿Por qué estoy haciendo esto? Por favor, solo es Julian.

Me incorporo con rapidez; la noche anterior vi un baño al fondo del local, así que me dirijo hacia allí para cepillarme los dientes y realizar mis necesidades fisiológicas primarias. Observo a través del espejo no muy limpio mi cabello enmarañado y la imagen de la noche anterior aparece en mi mente. Busco en mis muñecas la goma para atarme el cabello, pero no la consigo y sé que debo tener otra en el bolso, pero no quiero demorarme mucho más, por lo que solo peino un poco la parte de arriba con mis dedos antes de colocarme la gorra negra sobre este.

Tomo la mochila y salgo. Julian está de pie mirando por las ventanas y yo aprovecho para recoger mi saco de dormir. En cuando me escucha, se voltea y no consigo evitar elevar la mirada hasta su rostro por tan solo unos segundos antes de bajar la vista a su pierna.

—¿Cómo está? —le pregunto mientras termino de doblar el saco.

Baja la mirada hasta esta y la mueve un poco.

—Duele un poco, pero creo que mejor.

—Déjame verla —Señalo con la barbilla hacia el asiento. Se recuesta y estira la pierna; hago lo mismo que la noche anterior, limpio los puntos y le aplico un polvo cicatrizante.

Solo cuando termino, miro la hora.

—Seis y veintitrés —expreso en voz alta—. Han tenido bastante tiempo para venir —menciono con reproche, poniéndome de pie.

—Tienes razon.

—Entonces, ¿qué hacemos, jefe? —Realmente lo es, pero, sin querer la palabra sale sarcástica.

—De hecho, sí lo soy —Se cruza de brazos—. Nos vamos, iremos de regreso.

—¿Puedes caminar? —pregunto.

—Si no vamos muy deprisa, sí —admite poniéndose de pie—. No perdamos tiempo.

...

—¿No te parece extraño?

Julian asiente sin siquiera mirarme, comprendiendo de inmediato a qué me refiero. Llevo todo el rato con el pensamiento en mente, pero no me atrevo a decirlo.

PERDIDA EN TINTA ROJA ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora