40. DESCARGA

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 ¡Muchas gracias por leer!

Caminamos en silencio a un buen paso; no vamos lento, pero tampoco estamos corriendo hasta el cansancio. Según el mapa, estamos cerca de una de las autopistas principales de este municipio, el cual a su vez está a casi trescientos kilómetros de la capital, por lo que debemos estar alertas a pesar de toda la destrucción que nos rodea. Según el mapa hay una estación de servicio a cinco kilómetros de aquí, esperemos que siga de pie.

Camino al lado de Julian, Thomas va al otro extremo de él y Nesly a su lado. Ninguno de los cuatro ha pronunciado palabra alguna desde que salimos del edificio.

El asfalto bajo mis pies parece estar ardiendo a causa del sol; por instinto, acomodo mi gorra —aunque no esté desalineada—, para que la claridad no me pegue directo a los ojos. Las pequeñas piedrecitas de escombros de adhieren a las suelas de mis botas, provocando un irritante ruidito al caminar.

—Crucemos por aquí —dice Julian, señalando en una intercepción hacía la izquierda—. La estación de servicio debe estar cerca.

Ni siquiera me había dado cuenta de cuánto habíamos caminado y en efecto, en cuanto doblamos por la izquierda, vemos la estación de servicio al final de la calle.

—Encontramos la estación —Julian les indica a los demás por el radio.

—Copiado —responde Kallum.

—Separémonos —dice Nesly—: Será mucho más rápido, busquen en cualquier lugar en el que vean herramientas o cualquier cosa de respuesto. Nos vemos aquí en quince minutos.

De inmediato, cada quien va por su lado. Tenemos suerte de que esa zona de la ciudad no esté tan destruida como el resto, al parecer, las bombas no lograron tocar las paredes de los edificios alrededor de la estación de servicio, por lo que está prácticamente intacta.

Yo entro en la tienda por un espacio con un vidrio faltante en la pared delantera. Hay polvo y telaraña por doquier; así como fragmentos de vidrio en el suelo y objetos tirados a causa de los saqueos. Saco una linterna de mi mochila para poder ver mejor y comienzo buscando en la pequeña sección de herramientas, pero no encuentro nada relevante. Reviso cada cajón y cada estante del lugar e incluso me tomo un momento para revisar el suelo con el pie, pero no hay nada.

Lo único relevante que consigo, es una caja de balas.

Cuando me dispongo a salir, la radio suena desde la cinturilla de mis pantalones. Al principio, no se escucha más nada que interferencia, pero luego la voz de Julian inunda el lugar.

—Encontramos la pieza, regresamos ahora.

—En seguida —respondo.

Miro una vez más a mi alrededor sin buscar nada en específico; sin embargo, tengo la sensación de que me he pasado por alto alguna cosa. Hay grietas y moho en las paredes y todo tipo de cosas en el suelo, algunas estanterías están de lado; no obstante, una de ellas acapara mi atención puesto que tiene una caja forrada a la perfección. Está demasiado limpia, sin siquiera una pequeña arruga o ningún indicio de polvo o arena. Es como si alguien la hubiera dejado ahí hace poco... como si...

«¡Corre, Perla!»

Apunto con la linterna directamente a la etiqueta que tiene pegada a un lado. Una diminuta etiqueta amarilla con un símbolo formado por tres triángulos cóncavos que no terminan de unirse por completo.

No.

Que no sea lo que estoy pensando.

Entonces, escucho un pitido, un conteo. Mi mente parece paralizarse por completo por una fracción de segundo antes de alejarme de golpe.

«Hidrogeles».

Una bomba.

Una maldita bomba a punto de explorar.

Sin pensarlo dos veces corro hacia la salida mientras desenfundo el radio y grito:

—¡SALGAN DE AHÍ!, ¡HAY UNA BOMBA! —hablo con la respiración agitada. Muevo mis piernas con fuerza entre los escombros mientras me acerco a la salida.

—¿Qué dices? —pregunta Nesly, sin comprender muy bien lo que sucede.

—¡QUE ESTE LUGAR VA A VOLAR EN PEDAZOS AHORA!, ¡MUENVANSE!

Salgo de la tienda y me detengo en medio de la carretera.

—¿¡Dónde están!?

Me preocupo cuando no escucho nada por lo que, con el corazón en la garganta vuelvo a preguntar sin dejar de moverme.

—Vamos hacia ti —escucho decir a Julian, está corriendo.

—Estoy por los pilares de gasolina.

¡Demonios! ¡Esto va a ser un infierno en pocos minutos!

Los veo doblar en una esquina, así que corro hasta alcanzarlos y como cometas, los cuatro avanzamos con bastante velocidad haciendo tronar nuestros pasos como si de una manada de rinocerontes se tratara. Cuando llegamos al inicio de la calle, la explosión me ensordece los oídos. No hace falta mirar atrás, porque el coletazo llega hasta nosotros de inmediato. La tierra bajo mis pies se estremece, los edificios tiemblan y los vidrios se rompen.

Alguien me tira al suelo. Cubro mi cabeza con mis brazos y contengo la respiración de forma inconsciente. Siento un calor abrazador por encima de mi cuerpo, una nube de humo se adentra en mi garganta y, durante un instante, todo lo que puedo ver es oscuridad. 

 

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PERDIDA EN TINTA ROJA ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora