47. ARTE

157 29 1
                                    

Camino un paso detrás de Chad con la mirada clavada en sus movimientos. Espero que ya se le haya pasado el efecto de lo que sea que haya bebido. Aún camina lento, arrastrando los pies, pero al menos ha dejado de murmurar palabras sin sentido.

Hemos salido de la zona donde se lleva a cabo la fiesta, pero aún nos falta recorrer un gran tramo para regresar al pueblo y es casi la medianoche.

—¿Lograste averiguar algo?

Detengo mi andar durante un segundo para mirarlo. Me posiciono junto a él y continuamos.

—Sí —respondo en un susurro—: Pero será mejor que hablemos de ello luego.

Avanzamos por un par de metros más cuando, de pronto, una luz nos ilumina la espalda. Ambos nos detenemos de golpe y giramos la cabeza. Me llevo una mano a los ojos para bloquear la luz y poder ver a la persona que está detrás. Palidezco de inmediato y estoy segura de que Chad también lo hace.

Un guardia de seguridad.

No es un vigilante, no lleva su uniforme, pero sí puedo identificar que se trata de uno de esos que custodiaban los alrededores de la fiesta. Por suerte no nos topamos con uno al entrar, pero tal parece que no nos dejarán marchar tan fácil.

Estamos a campo abierto, no hay donde esconderse. No hay para dónde correr sin que te peguen un tiro por la espalda.

Intento mantener la calma

—Disculpen, necesito ver sus identificaciones —Va directo al grano y sin ser del todo consciente me tambaleo de un lado al otro.

Me recuerdo a mí misma que debo mantenerme serena hasta que ya no tenga más opciones y tomo una gran bocanada de aire antes de darle un vistazo a Chad. Lo siento tensarse a mi lado cuando sus ojos se encuentran con los míos y, por alguna razón, comprendo a la perfección lo que intenta transmitirme con la mirada.

—¿Nuestras identificaciones? —pregunto cómo si no hubiera escuchado bien.

—Sí —responde con firmeza.

—Nuestras identificaciones, Chad —Vuelvo a mirarlo—. ¿No las tenías tú?

—No, estaban en tu bolso —miente.

—Es cierto —Chasqueo la lengua y sacudo la cabeza—. Es que soy un poco olvidadiza —Hago el ademán de agarrar mi bolso imaginario—. Oh...

—¿Qué pasa? —dice el guardia.

—Olvide mi bolso en casa —Golpeo mi frente con la palma de mi mano y luego suelto una risa irónica—. Discúlpenme, no sé dónde meto la cabeza últimamente.

—No puedo dejarlos ir sin ver su identificación —El tono de voz robótico que utiliza me da provoca escalofríos.

—Pero, ¿cómo se la enseño? Si no la tengo aquí ahora mismo —Trato de sonar lo más inocente posible.

—Porque no nos espera mientras nosotros vamos por ella, de todas maneras, ya nos íbamos —propone Chad, fingiendo una sonrisa que le sale de maravilla.

—¿Por qué mejor no los acompaño y así todos quedamos contentos? —Alza una ceja.

Mil y un insultos se acumulan en la punta de mi lengua y tengo que reprimir el impulso de soltarlos. Le doy un rápido vistazo a Chad mientras sonrió falsamente; el presiona su mano en mi brazo con ligereza y solo eso necesito para saber que no tenemos otra opción.

—Sí, claro —Le sonrío al guardia.

...

Chad y yo caminamos uno al lado de otro, con el guardia siguiendo nuestros pasos a una distancia prudente, lo suficiente como para que no pueda escucharnos murmurar.

PERDIDA EN TINTA ROJA ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora