9. DESASOSIEGO

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Una ráfaga de viento me golpea el rostro justo en el momento en el que alzo la vista. El sol está más brillante que nunca; sin embargo, no siento calor, tan solo la frescura de la brisa sobre mi piel. Un movimiento a mi lateral derecho me hace apartar la mirada y buscar al responsable de éste. Una mujer camina sobre el césped húmedo del jardín, usa un uniforme lila de franela y pantalón mientras lleva en brazos a un pequeño bebé de unos pocos meses. Poco después, el ruido de un taladro llega hasta mis oídos; papá debe de estar trabajando en la cochera.

Regreso la mirada a mis muñecas de plástico. Les he cambiado la ropa al menos unas tres veces, pero, ¡vamos! Tienen que estar presentables para el baile de esta noche. Me quito con fuerza el cabello que se me pega a la frente y el movimiento me hace clavar la mirada al cielo. Durante un segundo, el intenso celeste hace que se me llene el pecho, pero en un abrir y cerrar de ojos, aparecen nubes negras que comienzan a aglomerarse mientras que la lluvia, los truenos y relámpagos no se hacen esperar. Me levanto deprisa para correr al interior de la casa cuando algo me detiene.

El cuerpo de mi madre y el de Callum sin vida justo a la mitad del jardín.

Llevo una mano a mi boca para sofocar un grito y corro a buscar a mi papá, pero encuentro la misma escena; está tirado en el piso encima de un charco de sangre rojo brillante.

«Rojo».

Odio ese color.

Significa dolor y sufrimiento para cualquiera que lo vea.

Apenas puedo moverme, apenas puedo respirar. La sensación hace que me lleve una mano al cuello como si de esa forma pudiera respirar mejor, pero todo lo que consigo es mancharme la piel con algo viscozo. Aparto la mano, temblando, y emito un jadeo cuando veo como la sangre gotea por mi piel. Mis pies están amarrados a algo y cada gota de lluvia quema como si estuviera cayendo de una caldera hirviendo. Con desespero, intento soltarme, pero todo lo que consigo es caer al suelo y ahogarme en el mar de sangre...

...

Mis ojos arden conforme los abro de golpe; la claridad y rapidez del movimiento hace que una especie de nube gris me nuble la vista, haciéndome sentir mareada, por lo que tengo que parpadear un par de veces antes de llegar a enfocar algo. Cuando lo hago, lo primero que veo es una hilera de tubos en el techo oxidados en su mayoría con algunas partes que cuelgan en el aire que, con una pequeña sacudida, podrían caer encima de mí.

No me muevo en lo absoluto.

No sé dónde estoy, ni mucho menos cómo llegué aquí.

Una ligera picazón en mi rostro hace que lleve mis manos para frotar mis mejillas y es entonces cuando los recuerdos llegan a mi mente.

«Los vigilantes, el efecto de las bombas lacrimógenas, los edificios incendiándose, Callum...»

Me incorporo lo más rápido que puedo. Mis oídos se agudizan al escuchar el susurro de la lluvia caer sobre el techo y echo un vistazo alrededor; parece ser un almacén. Hay una caldera en una esquina, estantes vacios en las paredes, hay envases de plásticos y de vidrio roto regados por el piso, así como charcos de agua que no parece muy limpia. Las ventanas están arriba, muy por fuera de mi alcance. A través de ellas se cuela una tenue luz que me indica que está por amanecer. Toco con la punta de mis zapatos el suelo de concreto dispuesta a ponerme de pie, pero mi vista se posa en la venda sobre la herida de mi brazo derecho y contraigo mis cejas.

—Tuviste suerte —La voz me sobresalta. Examino mi alrededor hasta que veo a una figura de pie a unos metros de mí.

Julian.

PERDIDA EN TINTA ROJA ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora