54. CREPÚSCULO

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Despierto con un sobresalto y a pesar de que sé que solo he dormido como veinte minutos, me asusto y miro la hora; faltan dos minutos para las cinco de la mañana. Me pongo de pie de la silla y camino hacia donde todos están reuinos preparándose.

He pasado toda la noche trazando una ruta desde aquí a edificio Gamma, nombre que conozco debido al aparato transparente que llevo en el bolsillo. Estoy dispuesta a correr todo el riesgo que sea necesario, de todas maneras, ya no tengo nada qué perder. Al regresar a las instalaciones del Escuadrón no van a permitirme continuar en el equipo, es un hecho y si Callum no está ahí, tampoco voy a perder mucho más.

No voy a mentirme a mi misma, estoy asustada hasta los huesos. La punzada de intranquilidad que siento en el pecho me hace sentir que no estoy preparada, pero ya no hay vuelta atrás. Tomo una botella de agua y le doy un largo trago. Luego, me aparto del grupo y regreso a la silla en la que estaba. Entonces, Nesly se acerca a mí.

—Sé lo que vas a hacer —murmura solo para que yo la escuche. De inmediato, me tenso.

—No sé de qué hablas.

Se cruza de brazos.

—No se lo diré a nadie, te lo prometo. Me alegra que no te dieras por vencida.

—Nesly... yo...

Sacude la cabeza.

—Tranquila —Hace una pausa—: Me hubiera gustado tener esa valentía cuando mi hermana murió.

Trago con fuerza.

—Lo siento.

Sacude su mano derecha restándole importancia. Las pulseras que trae puestas tintinean en cadena con el movimiento; cinco, llego a contar.

—Fue hace muchos años —Baja la mirada hacia sus manos—. Pero confió en que tú podrás encontrar al tuyo.

No digo nada y Nesly sonríe de medio lado. Da media vuelta para irse, pero se detiene para mirarme por encima del hombro.

—Trae de vuelta a tu hermano, Perla.

Me toma un instante darme cuenta de que he quedado sola. Siento un picor en el centro de mis ojos y debo parpadear con fuerza para alejarlos. Esto es lo último que me queda, es el final del camino y si resulta que mi hermano no está ahí...

No sé qué haré conmigo misma.

Sé que no puedo rendirme, sé que nunca voy a rendirme así se me vaya la vida en ello. Pero también estoy consciente de que todas las posibilidades están sobre la mesa y de que no siempre el camino correcto de las cosas gana la carrera. Tengo una pequeña... No, tengo una gran esperanza, un destello de algo indescriptible que se titila desde lo más recóndito de mí que me empuja a continuar; sin embargo, el miedo no se marcha.

A las cinco y cincuenta y ocho, alguien abre las puertas del Hangar. Me posicionó cerca de donde todos terminan de prepararse. El crepúsculo del amanecer comienza a ser visible, es apenas un pequeño destello de luz en el horizonte, pero es lo suficientmente fuerte como para darme el valor que necesito para tomar aire y hacer esto.

Todos llevan puestos sus respectivos atuendos para poder mezclarse con el resto de la población de la capital. Pasar desapercibidos es la mayor prioridad ahora mismo, por lo que las armas deben estar bien escondidas.

El ambiente está tenso, cargado de nerviosismo y ansiedad que luchan entre sí para evitar convertirse en un detonante y adueñarse de la situación. Todos están a la espera de que algo salga mal.

El Escuadrón de Justicia Venintiana nos vigila desde casa, listos para intervenir con drones y proteger a sus espias si llega a suceder algo.

A las seis en punto, Julian es el primero en salir.

Camina hacia las puertas luciendo imponente en todos los sentidos, con la tenue luz del amanecer resplandeciendo en esas dos lagunas azules que esconden más secretos de lo que creo.

No puedo evitar que algo dentro de mí decaiga al verlo partir; como si mi cuerpo supiera que no volverá a verlo aun cuando eso no es cierto. Y de pronto, me encuentro a mí misma suplicando internamente para que se de media vuelta y me vea.

Por tan solo un instante creo que va a hacerlo y ni siquiera sé a dónde quiero llegar con eso. No somos ni amigos y después de lo que ha pasado no puedo verlo con la misma admiración con la que lo hacia. Tal vez, conocerlo fue un fallo en la codificación del mundo, de mi vida. Quizá estaba en el lugar y en el momento equivocado. De lo que sí puedo estar segura es de que algo dentro de mí se rompió al verlo partir.

«Voltéate, mírame...»

Espero, pero sé que no lo hará.

Julian Brock no es así; no va a dejarse doblegar por nada ni por nadie. Y eso está bien.

Da los últimos pasos hacia el exterior, deteniéndose un segundo a mirar alrededor verificando a su batallón mientras estos salen a paso firme para luego dispersarse por sus propios caminos.

Luego, las puertas se cierran. 

 

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PERDIDA EN TINTA ROJA ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora