34. LUNA: PARTE I

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Han pasado sesenta y tres días desde que el gobierno se llevó a mi hermano. sesenta y tres días, diez horas y alrededor de veinte minutos. El vacío en mi pecho me lo recuerda cada minuto, cada segundo que pasa es menos tiempo para él, menos tiempo para mí, para pensar, para actuar, para traerlo de regreso.

Me gustaría decir que tengo un plan, pero la realidad no es así.

—Ejerce más presión —pronuncia Julian a mi lado—. Estás tratando de aturdir a alguien para tener una ventaja, no jugando a tu las traes con un niño.

Hoy no estoy de humor para escuchar a Julian, de verdad que no.

—Bien, ya basta de eso por hoy —dice pasados unos minutos, luego señala con la mirada al saco de boxeo—: Golpea eso por díez minutos y terminamos.

Me inclino para tomar un poco de agua y procedo a acomodarme los guantes. Siendo sincera, es el ejercicio que más me gusta prácticar —El único de hecho—, porque de alguna manera de esa forma puedo liberar toda la frustración que llevo por dentro y todo ese peso que mi entrenador le agrega cada día.

«No está bien» «Intentalo de nuevo» «Si sigues destruyendo tu postura de esa forma, vas a lograr que te maten»

Lanzo con fuerza el primer golpe y Julian silba. Lo ignoro o al menos eso intento y lanzo el siguiente golpe.

—No.

Doy un paso hacia atrás.

—¿Qué pasa ahora?

—Las piernas, Perla, tienes que colocarlas a la anchura de tus hombros y flexionarlas, así —Da un paso hacía mi y sostiene mi pierda derecha con ambas manos para colocarla en la posición adecuada—: No puedes moverlas, tienes que balancearte sobre ellas y mantenerlas firmes en el suelo para evitar que te derriben.

—Bien.

Golpeo de nuevo el saco por al menos dos minutos más antes de escucharlo de nuevo. Inicia con un carraspeo y creo que está a punto de reprimirme de nuevo, pero me sorprendo al escuchar que no lo hace.

—Hace años, cuando apenas comenzaba a entrenar me enseñaron que para poder mantener el equilibrio lo único que se necesitaba es concentración.

—No es como que sea algo nuevo.

Lo siento caminar a mi alrededor.

—Parece que no lo entiendes.

Dejo de golpear y me giro para verlo.

—¿A qué te refieres?

Señala con la barbilla al saco.

—¿Acaso te dije que te detuvieras?

Regreso a mi posición y atesto otro golpe.

—En una batalla, no hay forma de concentrarse, no por completo. No hay ejercicios que sirvan para encerrar tu mente dentro de una burbuja de acero cuando todo a tu alrededor se está cayendo a pedazos —dice transcurridos unos segundos—: Así que, durante los entrenamientos la mejor opción que tienes es enseñarles a tus músculos a llevar ese control, a mantenerlo cuando el cerebro no pueda hacerlo. A provocar un estímulo desde el final de la raíz.

—¿Y cómo...?

—Detente.

Bajo los brazos y me giro hacia la derecha para verlo.

—Cierra los ojos.

—¿Qué? —pregunto, confundida.

—Hazlo, Perla. Es una orden.

PERDIDA EN TINTA ROJA ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora