30. FASCINACIÓN

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Un par de días después, cuando ya me han quitado los puntos, me detengo frente a la oficina del comandante Milo con Linna siguiendo mis pasos.

—¿Estás segura que quieres ir sola?

Miró por la delgada rendija que me permite visualizar el interior de la oficina y trago saliva con fuerza cuando siento la garganta seca.

—No quiero meterte en problemas.

Linna bufa.

—No soy la princesa de papá, Perla, puedo crear mi propio castillo sin la necesidad del rey.

No puedo soltar una pequeña risita. Linna siempre hace esto, siempre intenta apoyarme sin importar de qué se trate. Kallum es un chico afortunado de tenerla.

—Prométeme que algún día me contarás una de esas historias que siempre lees —Giro un poco la cabeza para verla y ella hace lo mismo, luego sonríe—: Si sigo aquí en los próximos diez minutos, claro.

—Él no va a echarte, Perla —afirma.

No lo sé, no estoy segura.

No digo nada al respecto y, en su lugar, doy un paso al frente. Toco la puerta de metal con mi puño cerrado y aguardo hasta que alguien la abre por completo. Se trata de un tipo que no conozco y que tan solo hace un gesto hacía mí para que termine de entrar en la habitación.

De inmediato, distingo al comandante Milo de pie detrás de un escritorio de vidrio, a la mujer que siempre está con él y que parece ser la segunda al mando, Mikhalina, y a Julian sentado en un lateral frente al escritorio.

¿Por qué tiene que estar en todos lados?

«¿Por qué me molesta tanto?»

El guardia que me ha permitido entrar se detiene justo detrás de mí.

—Señor —Hace un leve asentimiento con la cabeza en dirección al comandante Milo. Este a su vez levanta la mano, haciendo un gesto para que se retire.

—Gracias, Finneas.

Dicho esto, clava sus ojos en los míos.

—Frank, puedes sentarte.

Me sorprende que se acuerde de mi apellido y la forma tan ruda en la que lo ha dicho hace que me tiemblen las piernas mientras tomo asiento.

—Debes tener una idea de por qué queremos hablar contigo —recarga los brazos sobre el respaldar de la silla, sin quitarme la mirada.

—Sí.

—Entonces no hace falta ir con rodeos. Para empezar... —Se endereza, levanta una mano en el aire y va extendiendo los dedos conforme habla—: No acataste las órdenes del personal de seguridad, una falta muy grande, te saliste de las instalaciones en medio de una emergencia cuando está prohibido salir de este lugar por ningún motivo básico, a menos que seas parte de la directiva. Expusiste no solo tu vida, sino la de otras dos personas al entrar en ese edificio y no llevas nada quedándote aquí —habla con firmeza, tanta, que me hace sentir pequeña y avergonzada. Está enojado, está claro—. Desobedeciste las reglas de la resistencia y absolutamente nadie no había hecho hasta ahora, no de esa forma tan descarada. Se te explicaron muy bien las reglas al llegar aquí e incluso así decidiste ignorarlas.

Quiero protestar, quiero decirle que de no haberlo hecho Dan y Julia no estarían vivos, pero hacerlo me condenaría todavía más a la hoguera. Todos me miran y yo lo único que quiero hacer es que la tierra habrá un agujero y me trague. Pero con la suerte que tengo lo más probable es que más bien termine cayéndome de la silla para terminar con broche de oro mi humillación.

PERDIDA EN TINTA ROJA ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora