7. OSADÍA

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En el lugar de Perla... ¿Qué harían? ¿Se llevarían a Julian o no?

...

La República de Venint está ubicada en el océano Atlántico, pero ni siquiera aparecemos en el mapamundi, así que podría decirse que somos como el fantasma de la tierra. Hay muchos cuentos, muchas leyendas sobre lo que sucedió con nosotros para llegar al punto en el que estamos, pero por supuesto, el gobierno solo ha confirmado las que a ellos más les convienen y confiar en algo de lo que ellos digan o hagan es como saltar a un abismo de lava.

Recuerdo que mis padres solían llevarme a una de las playas que rodea al país cada año durante mi cumpleaños. Recuerdo todo lo que solían decirme acerca de las maravillas de este lugar; las cascadas que se mezclan con las nubes, las montañas con picos helados y el calor humano que se sentía en las calles.

Ahora lo único que tenemos son escombros, cenizas de lo que un día fue un paraíso que terminó cayendo en manos de bestias, de monstruos... Nadie con un corazón tan oscuro se le puede llamar de otra forma.

Una punzada me atraviesa el estómago como si se tratara de un cuchillo cada vez que vengo a la ciudad y el constante nudo en mi garganta se torna más intenso que nunca. Siempre intento mantener la mirada al frente para no perder la cabeza.

Llevamos un poco más de una hora de camino. El centro de la ciudad está a unos treinta y cinco kilómetros de aquí, por lo que, a la velocidad que vamos, llegaremos para la medianoche.

El silencio entre ambos es tan incómodo que, por primera vez, agradezco el ruido del motor y de las partes oxidadas del auto. Si viviéramos en otro lugar podría encender la radio y ahogar la sensación.

«Si viviéramos en otro lugar...»

Desde mi posición, puedo notar como Julian marca sitios con un marcador permanente negro en el mapa del que no ha apartado la mirada desde hace un buen rato. Yo solía viajar con uno, pero he recorrido tantas veces los mismos caminos que conozco cada atajo desde la casa hasta el centro de la ciudad. Sé que existen varios callejones alrededor de las avenidas principales por donde puedo escabullirme si se forma el alboroto con los vigilantes. También conozco con exactitud la ruta de vigilancia en la ciudad, sé dónde inicia y dónde termina e incluso memoricé la cantidad de vigilantes que suelen haber en cada ronda.

Cruzo hacia la derecha en una bifurcación y avanzo por la carretera por un par de minutos antes de detener el auto en el estacionamiento de lo que solía ser una farmacia. La pintura desgastada de éste se camufla a la perfección con el resto del lugar, por lo que no me preocupa que alguien pueda encontrarlo.

Me inclino hacia los asientos traseros y agarro la mochila de un jalón.

—Debemos tener cuidado por aquí —digo mientras abro la puerta—: Hay serpientes y zorros. No podemos ir por el borde de la carretera, así que debemos caminar dentro del pastizal —Sin esperar una respuesta, comienzo a caminar con cuidado. Enciendo la linterna e intento prestar atención al camino porque más de una vez he tenido que correr para alejarme de los bichos y de las serpientes; no obstante, no puedo dejar de escuchar cada uno de los pasos de Julian de forma inconsciente. Sé que camina detrás de mí, pero no habla en lo absoluto.

Al menos no hasta que llevamos diez minutos caminando.

—Tu hermano —Espero que no haya notado el pequeño brinco que doy al escucharlo. Volteo la cabeza hacia él—: Es un buen niño.

—Lo es.

Nos miramos durante un par de segundos y a pesar de que su expresión nunca suele decirme nada, esta vez es diferente. Esta vez puedo notar con claridad que intenta decirme algo sobre la custodia de mi hermano, pero me adelanto antes de que él lo haga.

PERDIDA EN TINTA ROJA ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora