49. CÚPULA

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Tiro de una de las puertas traseras de la camioneta con fuerza y subo la ventana mientras doy un largo sorbo por la pajilla al batido de fruta que la tía de Rosette nos preparó para desayunar. Aunque esté molesta, necesito energía para afrontar el día que se viene encima.

Me recuesto contra el asiento y juego con la pajilla. Estoy muy enojada conmigo misma, con Julian y, en general, con cualquiera que se me pase por el frente; por lo que prefiero tener unos minutos de paz a solas mientras ellos terminan de prepararse dentro de la casa. El sol comienza a calentar la tierra, tuvimos que esperar hasta que los vigilantes terminaran los turnos para poder marcharnos. Sorbo por la pajilla una vez más hasta que lo único que bebo es aire mezclado con mi saliva y agua derretida de los cubitos de hielo que quedaron en el fondo. Presiono el fondo del vaso contra el material de mi pantalón dejando un circulo de agua en la parte superior de mi rodilla.

«Vamos Perla, no puedes quedarte así».

¿Por qué Julian no puede dejar por un momento las reglas a un lado? Ni siquiera me dio la oportunidad de explicar. La vida propia no viene con un manual de instrucciones para aprender a vivir, los planes creados para la guerra al final del día la mayoría terminan siendo desechados u olvidados a la hora del combate final y... ¡Carajo! Nuestro plan principal se vio afectado cuando nos separamos del grupo y ahora actúa de esa manera que no puedo soportar. Fui ahí por Callum, no debo arrepentirme.

Sacudo la cabeza en negación mientras me cruzo de brazos y miro por a través de las ventanas hacia el borde que reflejan las montañas. El rocío de la noche aún puede sentirse en el aire junto con el aroma a hierba que desprende todo el lugar.

Muevo mi pierna inconscientemente arriba y abajo.

«Respira».

Callum siempre me decía eso; se sentaba frente a mí y presionaba sus manitos en mis brazos y con esa voz tan tierna repetía: «Katie, respira».

Dos golpes en la ventana me sobresaltan. Me acomodo la gorra sobre la cabeza y miro a Chad, quien me hace señas para que le abra la puerta. Me inclino hacia ese lado y presiono el botón del cerrojo, de inmediato, Chad entra.

—Entonces... ¿Cómo estás? —pregunta, inseguro.

—Mejor no preguntes —digo sin mirarlo.

—Disculpa, ¿si? No quería meterte en un problema —murmura, tímido.

—No, no fue tu culpa. Yo decidí ir. Es solo que Ju... —Guardo silencio de forma abrupta para corregir—: Mi comandante es un capullo.

Chad suelta una risa por lo bajo, pero por la expresión de su rostro sé que quiere reír a carcajadas.

—Menos mal que no soy el único que se da cuenta —objeta.

Bajo la mirada a mis piernas. El vaso aún continúa sobre mi pantalón y el hielo sigue derritiéndose. Agarro el vaso para dejarlo a un lado y dejo mi dedo pulgar sobre la tela ahora fría por un segundo.

—El edificio —Volteo a verlo—: ¿Crees poder averiguar cuál es?

Asiente.

—Cuando lleguemos a la capital, pero de todas maneras... ¿qué piensas hacer?

—Perla, ¿qué estas tramando? —Niega—. Lo conozco bien, sé dónde es, pero...

—Mi hermano está ahí, Chad —«Tiene que estar ahí»—: No puedo simplemente no hacer nada, yo... No puedo dejarlo ahí.

—Es demasiado arriesgado, Perla, es simplemente... Suicidio —sostiene.

—No tengo otra opción —afirmo—: Quedarme de brazos cruzados no lo es.

—¿Y... qué crees que dirá el Escuadrón?

Chasqueo la lengua.

—Siendo sincera, no me importa ahora mismo.

Se pasa una mano por el cabello y baja la cabeza haciendo que este le caiga en la frente como pequeños hilos dorados. El color pardo de sus ojos se ve un poco más claro desde mi posición. Pasados unos segundos, murmura algo que no puedo comprender y me observa por un momento antes de hablar.

—No puedes ir sola... —concreta—. Iré contigo. Conozco varios lugares por los que podemos ir sin ser visto. No voy a dejarte sola en esto, Perla, ¿es un trato? —Extiende su mano hacia mí.

—En un trato —Tomo su mano, sellando una alianza que podría ser el inicio de algo bueno o bien, el comienzo del fin. 

 

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