26. RUINA

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No comprendo a dónde quiere que vaya.

No comprendo por qué la estoy siguiendo en vez de ir al interior del lugar, casi puedo escuchar de nuevo la voz de Julian diciéndome que soy irresponsable o cualquier otra cosa que se le ocurra en el momento. Da igual, no voy a retroceder.

Tan solo me faltan un par de pasos para acercarme a ella cuando la sacudida del suelo me distrae por un segundo y cuando vuelvo a verla, está un par de metros más allá.

Apenas me doy cuenta de que estoy rodeando la entrada de los túneles; sin embargo, no me toma mucho esfuerzo descubrir que me dirige directo a uno de los laterales de los edificios en llamas. No hay un perímetro marcado de este lado, por lo que me escabullo con facilidad entre la oscuridad.

Persigo a la extraña niña fantasma que refleja mi mente hasta un callejón junto a uno de los edificios que, si bien no está en llamas, no falta mucho para que éstas lo alcancen.

La niña fantasmal desaparece de mi visión en un pestañeo y por mi salud mental, espero que no regrese.

El calor de las llamas sobrepasa al frío de medianoche y me envuelve por completo. Entrecierro los ojos y noto que parte del material de revestimiento exterior del edicifio ha comenzado a caerse, también han aparecido algunas grietas que se extienden de punta a punto.

Va a caerse.

Doy un paso atrás y siento un jalón en un extremo de mi blusa que me hace girar asustada.

Un pequeño niño cubierto de polvo y cenizas me mira con ojos suplicantes. Casi quiero llorar al verlo. Debe ser un poco mayor que Callum, pero está tan delgado y demacrado que fácilmente podría tener unos cuatro años.

—Ayúdeme —su voz suena débil, como si sus cuerdas vocales no tuvieran la suficiente energía para pronunciar ni una palabra—. Mi mamá está ahí atrapada... —Señala con un dedito hacia el edificio. Las lágrimas en sus ojos y la súplica de su voz me rompen el corazón.

Suelto un insulto dirigido al gobierno en mi mente. Ningún niño debería pasar por algo así, ningún niño en el universo debería de sufrir un trauma como este.

—¿Dónde está? —Me inclino a su altura para poder escucharlo mejor.

—Ahí —Señala específicamente el primer piso del edificio—. La puerta se trabó, ella... ella está ahí —Me observa con angustia—. Ayúdeme a salvarla.

Un nudo se forma en mi garganta al tiempo que se abre un agujero en mi estómago. Tengo ganas de llorar, pero necesito contenerme.

Miro hacia el edificio una vez más, escudriñando cada ventana del primer piso. El edificio no está envuelto en llamar por completo, pero dadas las condiciones en las que está no falta mucho para que se derrumbe.

«No nos quieren matar, nos quieren torturar».

No sé si esto sea obra del gobierno, pero tampoco puedo evitar echarle la culpa de cada catástrofe que ocurre en el país.

Tengo una milésima fracción de segundo en mi cerebro para tomar esta decisión. Vuelco mi vista al niño, quien solloza a mi lado. No puedo dejarlo ahí viendo como el edificio en el que se encuentra su mamá se derrumba frente a sus ojos. No tengo el corazón como para hacer algo tan cruel. Tengo que ayudarlo, de alguna manera tengo que ayudarlo, pero no puedo hacerlo sola.

—Quédate aquí —le digo al niño, inclinándome para quedar a su altura—. No te muevas. En seguida regreso.

Regreso a mi posición anterior antes de salir corriendo. Vuelo sobre mis pasos y antes de cruzar la esquina giro para comprobar que el niño siga donde lo dejé sin dejar de moverme.

PERDIDA EN TINTA ROJA ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora