Capítulo 1

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10 de enero, 2020

Adeena:

—Sí, abuela, lo recuerdo —le digo riendo por su entusiasmo y moviendo el pie al compás de Classic de MKTO.

—Es que me emociona, hace tanto que quería volver a viajar a Francia.

—Lo sé, por eso te tuve en cuenta.

—Que feliz me pones, cielo —dice secándose una lágrima, haciendo que ría más fuerte—. No te rías, estoy sensible.

—Abuela, no estás sensible. Eres sensible.

—Puede ser —dice sonriendo más.

El timbre suena justo cuando siento olor a las galletas ya listas, Helen baja un poco le volumen de la música.

—Ya vuelvo —dice y me levanto para ir a la cocina y sacar la bandeja del horno.

Siento sus pasos detrás mío y mientras me quito el guante para no quemarme, hablo.

—Si no la hubiese sacado, se hubiesen quemado.

—Por suerte estás aquí para evitarlo —dice mientras volteo y me doy cuenta que no está sola.

Un hombre la acompaña. Pelinegro con ojos verdes, de traje; lleva el pelo corto a los lados y largo en el medio, tiene bucles, pero no rulo; alto, parece robusto; su mandíbula marcada como sus pómulos.

—Hola, no sabía que había compañía.

—Él es mi nieto Marcus —comienza Helen—. ¿Recuerdas que te conté de él? —asiento y sigo mirándolo a él que no despegó sus ojos de los míos, algo extraño—. Ella es Adeena, también te conté de ella.

—No solo tú, abuela, mis padres también —dice con una pequeña sonrisa.

—Así que tú eres el famoso Marcus Hoffmann.

—Y tú eres la famosa Adeena Lecomte —me responde y sonrío asintiendo—. Nunca había escuchado ese nombre, el apellido sí, es francés.

—Así es, sangre francesa corre por mis venas. Y el nombre fue el primero que se le ocurrió a mi madre —asiente.

—Ella nació en Francia, habla francés —agrega Helen.

—¿Sí? _ pregunta sorprendido y asiento—. ¿Y qué hay de tus padres?

—Mis padres también son franceses, nací ahí y me quedé en ese lugar hasta los 8 años, mi padre se fue, dejándonos a mi madre y a mí solas ya que mis abuelos murieron cuando yo no había nacido. Un año más tarde a mi madre le llegó una buena oferta de trabajo aquí y bueno, nos mudamos para comenzar una vida de cero.

—Lamento lo de tu padre.

—No pasa nada, fue hace mucho.

—¿Puedo preguntar si lo sigues viendo?

—Acabas de hacerlo, Marcus —digo yendo a la mesa con el tazón de galletas, sonríe y asiente—. No lo vi, pero en mis cumpleaños y las festividades me manda una tarjeta, una postal o una carta.

—Nunca leíste sus cartas —me reprocha Helen.

—¿Para qué? No cambia el hecho que haya dejado a mi madre sola, para procrear hacen falta dos personas, no una, se hizo cargo los primeros años y cuando tuvo la oportunidad, agarro sus maletas y se fue.

—¿Razón? —pregunta Marcus.

—No fui planeada y su excusa fue que no estaba listo para ser padre.

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