Capítulo 40

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22 de julio, 2020

Adeena:

—Yo creo que ese va a morir primero —dice Sierra viendo la película.

—Sí, tiene cara de medio muerto —digo riendo.

Estamos en su apartamento.

—¿Qué haces hoy?

—Estar contigo, Isaac pasa el día con sus padres —me mira asombrada y volteo los ojos—. Lo sé, él no quería estar con ellos y sinceramente, aunque yo tampoco, son sus padres, así que lo convencí de que no se escape por la ventana.

Asiente riendo y volvemos a la película.

—¿Y tú?

—Quedé con Laura.

—Ya es la tercera vez que quedas con ella ¿Te gusta?

—Ñe.

—¿Ñe? —volteo a verla— ¿Qué es eso de ñe?

—Es como un no sé medio raro —la miro sin decir nada y ella suspira para ponerse de lado también—. No lo sé ¿Bien? Si me pongo a pensar en eso sé que va a ser peor porque si termino con la conclusión de que me gusta, sabes lo que va a pasar.

—Te vas a alejar.

—Exacto, entonces prefiero ignorar todo y que sigamos con lo que tenemos, sin etiquetas ni compromisos ni sentimientos, disfrutando del momento.

Ladeo la cabeza viéndola y sonrío un poco.

—Creo que el día en que te pongas de novia, va a ser porque te enamoraste de manera intensa y te vas a dar cuenta cuando ya estés irrevocablemente perdida por ella, sin vueltas atrás.

—No gracias, paso.

—No era pregunta —digo divertida—, sé que va a ser así.

No responde y me ignora.

—¿Por qué sigues con Nate? —la miro confusa.

—¿A qué te refieres?

—Conmigo no te hagas la estúpida, Adeena, es obvio que Marcus te tiene con los pies en el cielo.

No respondo solo la miro sin decir nada y ella sigue.

—Te conozco, eso significa que tienes una razón.

—Miedo.

—¿A qué?

—A enamorarme y que cuando terminemos luego todo se vuelva tenso entre ambos —la miro—. Su familia se convirtió en la mía, le digo abuela a Helen, vamos a viajar a Francia juntas, sus padres me consideran como de la familia, comemos todos juntos. No quiero que se arruine lo que tenemos.

Cuando desvía la mirada sé que entiende mi punto.

—¿Qué te hace pensar que van a terminar?

La miro obvia.

—Todo acaba en algún momento, sea bueno o malo, todo tiene fecha de caducidad. Hasta la vida misma.

Vuelve a desviar la mirada.

Nos envolvemos en un silencio en el que cada una está en sus propios pensamientos, no sé por cuánto tiempo, hasta que ella coloca su mano sobre la mía.

—¿Recuerdas cuando hablamos de por qué no me pongo de novia? —asiento—. ¿Qué te dije?

—Me dijiste que temes aferrarte tanto a alguien que luego sientas que nadie podrá curar ese corazón roto.

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