Capítulo 38

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16 de julio, 2020

Marcus:

—¿Cuándo es la reunión con el accionista? —le pregunto a mi secretario.

—Mañana a las...

—Mañana no puedo —lo corto y me mira confuso—. Tengo un compromiso, pásalo.

Adeena abre su librería... no puedo faltar.

Pienso, pero no digo, no necesita saberlo.

—Entonces... ¿El martes?

—Perfecto.

—Y el inversionista de la semana pasada está en la línea 2.

—Gracias.

En medio de la conversación con el inversionista, un mensaje de mi abuela llega.


Helen: Nate acaba de llegar a la casa de Adeena.

Yo: Haz que ella vaya contigo.

Helen: Ya lo hice tres veces, no puedo más, se va a enojar conmigo.


Maldigo varias veces en el que intento concentrarme en ambas cosas, responderle al hombre y pensar qué hacer para que el baboso no esté con Adeena.

De solo pensar que ahora tiene sus manos en donde yo quiero tenerlas me hierve la sangre.

Le mando a Helen que yo me encargo y guardo el celular.

—Mire, me parece que este tema va a ser mejor hablarlo en persona, ya que no me gusta tomarte las cosas a la ligera, es mi trabajo, por lo que creo que lo preferible es que nos reunamos para acordar bien.

—Me parece bien.

Sonrío, ya que es la vieja confiable decir eso.

Quedas bien, terminas la llamada y, además, si hay detalles que arreglar tienes el tiempo hasta que se vean.

—Bien, le paso con mi secretario así acuerdan un día y horario. Que tenga buen día.

Corto y guardo mis cosas para irme.


Toco el timbre y espero.

Nadie responde.

Vuelvo a tocar, pero mantengo presionado un poco más.

—Marcus.

Frunzo el ceño cuando el baboso en vez de Adeena me abre la puerta.

—¿Adeena? —voy directo al grano.

—Adentro —quiero pasar, pero no me deja—. ¿Quieres que le diga algo por ti?

Así que así va a ser...

—No, yo puedo decírselo.

Sin que me deje, entro haciéndolo a un lado.

—¿Quién era? —veo a Adeena saliendo del pasillo envuelta en una manta y con la nariz roja, cuando me mira sonríe un poco con los ojos achinados—. Hola, Marcus.

—Estás enferma —digo cuando escucho su voz rasposa y no suave como siempre.

Asiente y estornuda.

El baboso se acerca con una taza de té la cual ella acepta.

—¿Por qué no me dijiste? —digo a la vez que me acerco y hago que se siente en el sofá.

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