Capítulo XXII

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Narra Miguel

Los nervios me ganaban como aquel día en el que aparecí en la sala de su casa y la vi por primera vez, en mi pecho reinaban un cumulo de sentimientos mesclados que no podía controlar.

Mi pequeña, mi niña, mi dulce Hela, la causante de una condena que volvería a padecer si el final siempre es ella.

Lo mejor que la diosa del amor me dio aparte de su cariño.

Todo este tiempo he estado sumergido en la angustia de no saber de ella, en el dolor que me causaba el pensar que Ares podía lastimarla.

Y saber que lo hizo me destruyo.

La encontré, encontré a Hela.

Cuando Hades soltó aquellas palabras una felicidad inundo cada parte de mi cuerpo, el dios del inframundo había cumplido su promesa y la había encontrado.

Me había devuelto a mi hija, a mi dulce Hela.

¿Falta mucho?cuestiona mi hermano robándome las palabras de la boca. Puedo sentir que está en la misma que yo.

¡Debemos cruzar el limbo! Desde ahí es cercale responde el dios.

Guardamos silencio el resto del camino ya que las palabras sobraban.

Junte las palmas de mis manos agradeciéndole a mi señor por darme la oportunidad de volver a verla y poder formar parte de su vida nuevamente.

Y de la de mi nieto.

Zagreo.

Las ganas por conocerlo son enormes, no tengo dudas de que debe ser tan perfecto como su madre.

Hades tenía razón, no tardamos mucho en llegar a lo que parecía ser una aldea humana. Las calles eran normales, de tierra y las viviendas un tanto precarias.

¿Esta en este lugar?le pregunto mirando a mis alrededores, sin dudas no es a lo que ella estaba acostumbrada.

Puerto príncipe contaba con todas las comodidades necesarias y ella paso la mayor parte de su vida ahí.

El dios del inframundo me mira y asiente ante mi pregunta.

Caminamos recto hasta llegar a una pequeña chosa, Hades se para frente a ella y el mundo se me detiene.

¡Aguarda! digo preparándome mentalmente para lo que hay detrás, según lo que me dijo, no es la misma, esta lastimada y dolida.

No quiero hacer algo que la empeore.

El dios del inframundo abre la puerta y me señala con la mano que siga, cruzo la mirada con Rafael quien asiente con un movimiento de cabeza animándome a seguir.

Cruzo el umbral y lo primero que veo son sus ojos azules llenos de lágrimas, no pierdo tiempo en detallar cada milímetro de su ser, esta pálida, más flaca y sus ojos denotan dolor.

Una punzada me arrasa el tórax ante su imagen.

—¡Mi dulce Hela! le digo con la voz entre cortada, abriéndole los brazos, a los cuales corre soltando el llanto que me desgarra por dentro.

La recibo apretándola lo más que puedo a mí, como si alguien pudiese volver a arrebatármela, no puedo contener el sollozo y largo el llanto que se me atraviesa.

¡Papá! exclama con un hilo de voz.

Ella llora aferrada a mi cuello, es un llanto cargado de dolor y desesperación el cual le corta el paso del oxígeno.

ZagreoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora