Capítulo XLII

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Inframundo

Hela

¿Cómo había pasado de estar hablando con Persio a verlo en suelo siendo golpeado sin piedad por Ecresio?

Pues fácil, todo gracias al sobre que estaba tendido en el suelo.

Comenzamos el día normalmente, todos juntos y desayunando en el gran salón. No habíamos vuelto a tocar el tema de Liam, mucho menos el de Zagreo. Se lo había casi exigido a Hades, no quería que sus estúpidas reglas infernales afecten las emociones de mis pequeño.

Lo había entendido.

Por otro lado, Rae seguía medio raro y eso estaba comenzando a afectar a mi amiga Nos hablaba poco, no sonreía y se mantenía lo más alejado posible.

También era capaz de entender eso.

Cuando pensé que las cosas no podían volver a explotar, Anubis apareció de la nada en su usual remolino de fuego.

Su rostro proyectaba su típica frialdad, la cual, como en estos momentos, solo cambiaba cuando Ecresio aparecía en su campo visual.

Y entonces el heraldo de la muerte hacía lo más inusual, intentaba sonreír. Era un pequeño gesto, casi insignificante pero que no pasaba desapercibido.

—Lamento interrumpir señor - su cuerpo se inclinó en una reverencia antes de centrar la vista en el dios del inframundo. —El hijo de Poseidón está en las puertas - avisa.

En ese instante el corazón se me aceleró. No por miedo, más bien por la ilusión que esas palabras me causaron. Habían pasado muchos años desde la última vez que lo vi, ni siquiera nos habíamos despedido.

Persio era... pues lo primero verdadero que tuve. Fue quien me cuido desde mi nacimiento, quien me alimento y se aseguró de que me sintiera protegida y acompañada.

Persio no era un simple amigo, había ocupado el lugar de un padre, uno muy joven e inexperto, pero un padre al fin.

—¿Y a qué vino? - se mete Ecresio. Su voz no salió enojada, era, más bien, curiosa.

—¿Acaso hay letreros que digan "ven de visitante al inframundo"? - protesta Hades, frustrado.

No pude evitar reírme.

En todo este tiempo viviendo juntos, pude percatarme de lo receloso que era con el lugar, pero que, aun así, en su oscuro corazón, todos nosotros formábamos parte del mismo.

—Pide ver a la reina - vuelve a hablar el heraldo.

Mis ojos se explayan de la emoción. Siempre había querido volver a verlo después de dejar puerto príncipe, pero por obvias razón, me fue imposible.

No lo dude, no tenía razones para hacerlo.

Me levanté y fui hacía las puertas rojas. Anubis comenzó a caminar a mí lado, como si tuviese alguna obligación de escoltarme.

—¡Te acompaño! - propone Ecresio.

Me giro justo en el momento en que la mano del sabueso se cierra en su brazo, obligándolo a volver a la silla.

—¿Y vos para qué queres ir? La busca a ella - le reclama.

Ecresio lo fulmina con la mirada y ambos comienzan a discutir sin vergüenza alguna. Ese era otro problema, desde ese día con el demonio, mi amigo y el sabueso chocaban por todo.

Hades los mira con ganas de tirarle con algo y me atención se centra en los movimientos de mi hijo, quien se baja rápidamente de la silla.

—Quédate aquí cariño - pido.

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