Capítulo XXXVII

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Olimpo

El aire en los cuatros reinos se percibía tenso. Era como esos días calurosos, con un cielo a punto de soltar las primeras gotas de agua cristalina.

Los regentes del olimpo iban ocupando sus puestos sumergidos en la incertidumbre que el pedido del dios del inframundo les causaba.

Un ambiente tenso y en completo silencio fue lo que encontró Miguel, quien fue el primero en pisar el lugar.

Como de costumbre, venía acompañado de sus hermanos, quienes mantenían un semblante serio.

Su llegada, claramente, sorprendió a los regentes, quienes habían terminado de ocupar sus puestos en las enormes sillas.

Las especulaciones empezaron a surgir, aunque fueron acalladas por la gruesa y poderosa voz del máximo regente.

—¡Arcángeles! Sean bienvenidos los saludo el dios del rayo. —¿Qué los trae por acá?

La respuesta a esa simple pregunta era más que obvia para los cuatro seres angelicales ya que no dejarían, por nada en el mundo, al pequeño ser que tanto amaban solo.

Tampoco permitirían que algo llegase a pasarle por la descabellada idea de su padre, quien pensaba que sacarlo de su lugar seguro y traerlo ante un nido de víboras estaba bien.

—¡Gracias por recibirnos!respondió Miguel recorriendo el lugar con la mirada.

Sus ojos se detuvieron en la diosa peli roja que tanto había amado en el pasado y, quien, lo miraba con un inusual brillo en los ojos.

Afrodita, se mantenía sería junto a su esposo e hijos, la impaciencia y la incertidumbre también se podía ver en ellos.

La diosa le dedico una sonrisa cálida, cualquiera que la viera, pensaría que lo tenía todo, una familia y una gran felicidad, aunque en realidad, lo único que la diosa del amor deseaba, era a su hija y al celestial al que aun amaba.

El arcángel la detallo, como todas las veces que tenía la oportunidad de verla, irradiaba belleza y perfección.

—¿Qué los trae por acá? volvió a preguntar Zeus.

—¡El dios del inframundo nos pidió venir! intervino el segundo arcángel al percatarse que su hermano estaba paralizado ante la diosa.

Zeus asintió.

—¿Saben el porqué de esta reunión? indago Apolo.

—Hades no dio muchos detallesle respondió Gabriel claramente mintiendo. Ellos, mejor que nadie, sabían lo que estaba por suceder.

Los celestiales sufrieron una sobre carga de ansiedad cuando la puerta se abrió, la relajación vino acompañada de la diosa de la primavera, quien ingresaba con el mentón en alto.

Como si nada le doliese, como si volver a ver al amor de su vida no significase nada. Se inclinó y disculpó ante el máximo regente ocupando su lugar entre los presentes.

Miguel y Rafael intercambiaron una mirada preocupada al mismo tiempo que Hades cruzaba las puertas rojas con su hijo en brazos.

Lo acompañaban el sabueso infernal y la alta diosa, Hera.

El primero, no iba a dejar solo al pequeño príncipe que tanto amaba y, la segunda, se lo había prometido a su hermano mayor.

Adrish denotaba preocupación, el presentimiento de que algo iba a salir mal lo había perseguido todo el día y se sentía impotente al no saber la magnitud del mismo.

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