Capítulo XXXV

281 32 5
                                    

Olimpo

Narra Ares

La diosa de la primavera ocupa el último lugar vacío mientras le doy la orden a Artemis de que comience a comentarle a los presentes los próximos pasos a seguir.

Reunirme en secreto no es de mi completo agrado, pero es lo necesario, no puedo permitir que mi hermano se entere y arruine todo como tiempo atrás.

—Marque unos posibles lugares en donde la podrían tener escondida- comienza extendiendo un mapa del reino mortal sobre el mármol.  —El sabueso y el dios del inframundo se mueven constantemente por estas zonas.

—¿Cómo sabes eso? - pregunta Apolo.

—Tengo informantes - responde encogiéndose de hombros. Artemis siempre ha sido cauteloso con todo lo que lo involucra.

—¿Algo más? - intervengo.

—Yo creo que está en algún lugar de acá - señala un punto no muy lejos de la última vez que la vi. —Por dichas zonas se ha sentido la presencia celestial.

—Envía algunos hombres que investiguen - ordeno. —Pero que sean discretos.

—¿Hay algo para lo que me necesiten? - pregunta la diosa a mi lado. —No me siento muy bien, quisiera retirarme.

Le digo que se valla cuando la detallo dándome cuenta de que esta pálida y con ojeras marcadas.

Hay que ser idiota para pasar por alto que el ser oscuro que carga en su cuerpo la consume demasiado, más no le quita la belleza que la caracteriza.

—¿Qué hacemos si no la encuentran? - pregunta Hefesto.

Le sonrió recordando mi charla con la diosa que acaba de irse. —Pues la hacemos salir.

—¿Hacerla salir? ¿Cómo? - pregunta Fobos, dios del miedo, sin entender.

—Estoy seguro de que si sabe que tenemos a sus queridos amigos va a venir sola a mí - respondo.

—¿Sus amigos? ¿Quiénes? - pregunta apresurado Apolo y paso por alto su pregunta, no se me olvida que su hijo es amigo de la bastarda.

Lastimosamente para él, me importa poco quien caiga con tal de que el arcángel pague por lo que hizo.

Doy por terminada la reunión con una sola mirada y vuelvo a mi palacio preocupado por el estado de la diosa, no me gusto verla de esa forma y lo que carga es demasiado importante.

—¿Perséfone? - la llamo cuando no la encuentro por ningún lado.

No sé qué se le cruzo por la cabeza al instalarse en la última habitación libre del maldito lugar.

¡Cómo si no hubiese recamaras más cómodas!

—¿Qué necesitas? - pregunta apareciendo de repente. Lleva solo un camisón blanco casi trasparente que deja en evidencia los buenos atributos que posee.

La pequeña barriga le sobresale y no puedo evitar llevar mi mano a ella, mi acción la sorprende intentando alejarse, pero me aferro a su brazo impidiéndole que se mueva.

—¿Cómo estás? Estas un poco pálida ¿Necesitas algo? - le pregunto apartándome de su lado y entrando a la habitación.

La cual ni siquiera es digna de mi presencia.

—Tengo un poco de mareos nada más.

—¿Has comido algo?.

Niega.

ZagreoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora