Capítulo XVI

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Mundo mortal

Narra Hela


El sol brillaba en lo alto calentando el ambiente, había preparado a Zagreo para salir a comprar unos víveres que me faltaban y una que otra cosa más.

Sin lugar a dudas iba a ser un día precioso.

Mi pequeño niño iba descubriendo el lugar con una mirada cargada de emoción, cualquier ruido llamaba su atención especialmente el de los animales.

—Hola querida ¿Cómo han estado? nos saludó una viejita que vivía a unas calles de nosotros, siempre se había mostrado hable.

—Muy bien ¿Y usted? Salimos por un poco de comida digo deteniendo el paso.

—Me alegro quería, bien también, que tengas un bonito día y que los dioses cuiden de tu pequeño.

Pasamos por el puesto de verduras en donde compre algunas frutillas que se veían sumamente apetecibles.

Terminamos de buscar lo que necesitaba y volvimos a paso lento a nuestra pequeño hogar, una corriente fría me recorrido el cuerpo al ver la puerta abierta de par en par.

Estaba segura de que la había dejado cerrada.

¿Carmen había venido?

Camine dudosa, atenta a cualquier cosa que me pareciera fuera de lugar, el miedo era algo que no me iba a dejar nunca.

—¿Dónde mierda estabas? la voz enojada del dios del inframundo me hizo retorcer unos pasos.

Jamás lo había visto de esa manera, sus ojos eran una mescla de negro con rojo como los de Zagreo, estaban turbios, segados por el enfado que claramente tenía.

—¡Fui al mercado! le respondí alejándome cuando lo vi acercarse, por inercia lo primero que hice fue apretar a mi hijo contra mi cuerpo.

No quería, pero en estos momentos le tenía miedo.

¿Por qué actuaba así?

La sola idea de pensar que podía golpearme o lastimarme me hizo acuclillarme en el piso, las bolsas se me habían caído desparramando las frutas a su paso.

Todo era un desastre, yo era un desastre.

El dios de la guerra me había vuelto un ser segado por el miedo.

Creo que no le gusto lo que vio ya que se alejó rápidamente suavizando la mirada, lo último que vi antes de agachar la cabeza fueron sus ojos negros.

No deseaba mirarlo, mi mente solo me traía la imagen de su hermano sosteniendo las cadenas o cerrando los puños que caían una y otra vez en mi cuerpo.

Intente convencerme de que él no era el dios de la guerra, de que Hades no iba a lastimarme

¿O sí?

Las lágrimas no tardaron en salir y no podía hacer otra cosa que aferrarme a mí hijo como tiempo atrás.

—Pequeña diosa, lo siento, no quise gritarte – podía oír su voz a lo lejos cargada de desesperación, aunque la vocecita que me profetizaba odio era más fuerte.

No podía articular palabras, quería gritarle que se aleje, pero también quería aferrarme a él, odiaba sentirme así pero más odiaba haberme convertido en un ser inseguro de sí mismo.

—No voy a lastimarte, jamás podía lastimarte – vuelve a hablar logrando sacarme del transe, los ojos me arden y la nariz la tengo obstruida.

—¡M... me gri... gritaste! articulo intentando dejar de llorar, Zagreo se remueve en mis brazos y lo detallo por unos segundo en donde su pequeña sonrisa me reinicia la vida.

—Lo siento tanto, yo... enloquecí, pensé que algo les había pasado y perdí los estribos – balbucea.

Me avergüenzo de mí misma por la manera en la cual estoy actuando, no era mi intención reaccionar así pero no puedo evitarlo, el simple hecho de pensar que pueden volver a lastimarme me aterra.

No volví a responderle, me levanté como pude y le pasé al bebe, cuando supe que estaba seguro en los brazos de su padre, me encerré en el pequeño baño deslizándome por la puerta aferrándome a mis rodillas.

El llanto me gano, Hades me hablaba del otro lado mientras intentaba ahogar los sollozos.

Volvía a sentirme rota.

—Te estaremos esperando acá afuera pequeña diosa – dice con un hilo de vos, que me hace sentir peor, el pecho se me comprime ya que lo menos que quiero es tenerle miedo.

Como tampoco quiero que me trate o grite como lo hizo, no sé por cuando tiempo estoy en el suelo, ya que pierdo la noción de las horas completamente, pero cuando salgo lo veo durmiendo en las mantas con Zagreo en brazos.

La vista es perfecta, mi mente comienza a tranquilizarse al reafirmar que él jamás nos haría daño.

Me tumbo a su lado sin despertarlos intentando tranquilizarme, junto a mis dos personas favoritas en toda la existencia.

ZagreoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora