Capítulo XXVII

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Inframundo

Narra Perséfone

Oscuridad.

Una palabra que describe muchas cosas y, en consecuencia, a muchas personas. Los humanos creen que solo es un sinónimo de sombras o de maldad, pero se equivocan.

La oscuridad que yo disfruto es aquella que nace del odio, del resentimiento, del rencor, aquella que se instala en nuestro interior y germina como una semilla.

Aquella tan fuerte, que sienta raíces.

Esa oscuridad es la más peligrosa y para la mala suerte de mis enemigos, mi interior está llena de ella.

Siempre pude controlarla a mi antojo, pero después de la muerte de mi hijo dejé de querer hacerlo.

No se puede ser bueno con aquellos que te destruyen, con aquellos que te pisotean sin importarle tus sentimientos en lo más mínimo.

Mi querido hijo no tenía culpa alguna, aún no tenía errores que enfrentar, por lo que no tenía que haber pagado por nada.

Y por más que haya sido el dios de la guerra quien termino con su existencia, fueron las decisiones de Hades las que lo condenaron.

—¡Voy a estar en la sala del trono! - me avisa el dios del inframundo y le sonrió haciéndome la idiota.

Sus ojos negros me detallan en busca de no sé qué y no hago otra cosa que expresarle lo mucho que lo amo.

Parece funcionar ya que se va satisfecho, dejo que se aleje lo suficiente antes de ir hacía la habitación.

La mención de esa supuesta aldea por parte del amigo de la hija del arcángel no deja mi mente y una ola de satisfacción me recorre el cuerpo ya que es la pista que necesitábamos.

Paso la mano por mi vientre mientras no quito la mirada del reflejo que me regala el espejo delante, como si el destino fuese capcioso volvió a darme aquello que deseamos tanto con el dios del inframundo.

Lástima que no pueda disfrutarlo con él, hace tiempo deje de confiar en sus palabras y de creer en su amor.

Ahora solo era alguien a quien usar, un fin para un medio.

—¡Es por tu bien, mamá va a cuidarte! - le hablo mientras busco de la mesa continua el líquido que me dio el dios de la guerra. El cual va a ayudarme a ocultarlo por el momento.

No quiero que la hija de Miguel muera, solo quiero a Hades a mí lado nuevamente y no voy a detenerme por nada en el mundo.

Salgo de la habitación que comparto con el rey del inframundo después de unas horas y me dispongo a caminar por los tétricos pasillos de este lugar en busca de la confirmación que necesito.

No ha cambiado nada, el aura imponente se mantiene. Los demonios se arrodillan cuando me cruzan y agradezco que tengas las cosas claras.

Hades es el rey.

Yo, soy la reina.

Y mi hijo, el próximo regente del inframundo.

Nada, ni nadie, podrá cambiar eso y quien lo intente se enfrentará a la oscuridad que hay en mí interior.

—¿Hades salió? - indago cuando me encuentro con el trasportador.

Asiente, por lo que, sin prisa, me encamino al lugar en donde están dos de mis mejores aliados.

El purgatorio es uno de los lugares que más detesto, no soporto ver como las almas se quejan de aquello a lo que fueron condenados por sus propios actos.

Me adentro al lugar, es como una calle sin final, miles y miles de celdas con barrotes de fuego, los cuales contienen a aquellos que se resisten a cumplir o a superar la condena.

Busco la celda que contiene a la persona que necesito y sonrió cuando sus ojos se abren al notar mi presencia.

—Levántate Agoth - ordeno.

—¡Mi reina! - se inca rápidamente.

—¡Tu purgatorio ha terminado! - extiendo la mano tomando los barrotes los cuales rompo gracias al poder que ser la esposa del regente me da.

Se apresura a salir y camina unos pasos detrás de mí, mantiene las manos juntas y la cabeza agachada en señal de respeto.

Doy unos pasos más hasta dar con la otra celda.

—¡Arriba Liha! Tu purgatorio a concluido - pido reparándola, repito la acción de hace un momento y en cuestión de segundos esta fuera.

Liha es una de las demonios más poderosas y peligrosas del inframundo, tenerla en este lugar es una perdida, un mal uso de su potencial.

—Oh, mi señora, gracias, muchas gracias - se lanza a mis pies y me apresuro a levantarla ya que tal acto no es necesario.

No soy un ser que ambicioné el poder, por lo que no necesito que me idolatren, solo he ambicionado una sola cosa en toda mi vida y es al dios del inframundo.

Aún recuerdo cuando lo vi por primera vez, el amor que surgió en ese momento fue tan fuerte que no dude ni un segundo en volverme su reina.

—¡Síganme! - les pido saliendo de mis pensamientos mientras que los gritos de las almas claman piedad, claman libertad. —Desde ahora servirán al dios de la guerra, serán mis ojos, mis oídos y mi boca. ¿Está claro?

Ambos asienten.

Nos dirijo hacia la cuarta puerta ya que es la menos custodiada, una sonrisa se me forma en el rostro al ver al dios Artemis.

—Diosa - se inclina al verme y sé qué solo lo hace por Ares.

Ante mis ojos, Artemis, no es un ser en el cual se pueda confiar, pero no puedo negar, ni pasar por alto, la lealtad que le tiene al dios de la guerra.

—¡Llévalos con Ares, él sabrá que hacer! - hablo mientras le extiendo el pergamino. —Dale esto, tengo una pista.

Sus labios se curvan en una sonrisa maliciosa. —¿Una pista? Ares estará gustoso con ello.

Lo sé, sé qué mi descubrimiento lo hará feliz y por alguna extraña razón eso remueve algo muy dentro.

Dejo que se vallan y vuelvo a la sala del trono, en donde tomo mi lugar, mientras me preparo mentalmente para todo lo que se viene.

Si antes la guerra dejo caos, lo que se avecina ahora, destruirá a más de uno, porque ya no existe la piedad, ni mucho menos la consideración.

Existe el odio, el rencor y la oscuridad.

Y para mi suerte, todo aquello es lo que me va a ayudar a sentar a mi hijo en el trono del inframundo, como único regente.



💫Holis, les traigo un cap sorpresa.
💫Debo confesar que amo este cap, es mi favorito.
💫Foto de mi diosa Perséfone, así la imagino (sin tatuajes)

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