☪Capítulo XLIII

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Hela

Conocer el olimpo siempre ha sido el sueño de los dioses y semi dioses que habitaban el campamento. Desde niños y al crecer, era lo único a lo que aspirábamos.

Y no solo por conocer a los máximos regentes, sino porque es la oportunidad perfecta de conocer a nuestros padres o madres.

Ir al olimpo no solo significaba volver a ver al dios de la guerra. Significaba ver por primera vez a mí mamá. A la única y majestuosa diosa del amor.

—¿Qué te tiene tan pensativa? – indaga Hades.

Nos encontrábamos en el purgatorio, trabajando. El dios del inframundo había insistido en que lo acompañé y no pude negarme, detestaba deambular por los pasillos del palacio sin hacer nada.

Y siendo sincera, me gustaba lo que se hacía en este lugar.

—La ida al olimpo – respondo.

—Entiendo que sea tu amigo, pero no tenes ninguna obligación de ir.

—Pero quiero ir.

—¿Entonces?

Termino de llenar el registro sobre el alma en la cual estaba trabajando antes de responder.

—Mi mamá va a estar ahí. – suelto aquello que tanto me martiria.

—Es normal, la diosa del amor vive ahí – alega lo obvio.

No puedo evitar reírme. 

Fue demasiado chistosa la forma en la cual lo dijo.

—¿De qué te ríes pequeña diosa? – cuestiona.

Sus manos se cierran en mi cintura y avanzan lentamente hasta detenerse en mi vientre.

—¿Crees que ella quiera conocerme? – pregunto dudosa.

Todo lo relacionado a la diosa del amor, es tan incierto para mí.

—A mí lo que me importa es si vos deseas conocerla – me toma de la mano. —Pero esa respuesta te la puede responder mejor tu papá.

Lo sé. Pero el problema radicaba en que mi padre, hace días que no ha venido a verme.

—Hace días que no lo veo.

—Miguel y los arcángeles acaban de cruzar las puertas rojas – me avisa.

Le doy una casto beso a modo de despedida y me apresuro a llegar a la sala del trono. Tengo demasiado afán. No solo por preguntarle, más bien por verlo. Lo he extrañado.

—¡Papá! – grito al divisarlo.

Se gira al escucharme y los ojos azules me reviven. Son algo magnifico, siempre haciéndome sentir única.

—Mi niña. – susurra estrujándome.

Sus brazos me rodean y el tiempo se detiene.

—Te extrañe – confieso.

—También te he extrañado mi niña. – besa mi frente. —Lamento no haber venido, he estado ocupado.

Asiento comprendiendo el peso de su posición.

Me aparto sutilmente y me dejo abrazar por mis tíos, quienes destilan felicidad. Me quedo un poco más en los brazos de Rafael, no me gusta decirlo, pero es mi favorito.

Gabriel y Uriel, en cambio, corren cuando mi hijo aparece en el lugar.

—¿Cómo has estado? – indaga. —Hades me conto de la locura que queres hacer.

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