*Capítulo 3*

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Imagen de portada: Isabella. 

***

—Te ves bien, ¿a dónde vas? —preguntó mi hermano desde la biblioteca. Pasé por ahí con mi vestido azul y mis tacones, la puerta estaba abierta, así que me vio.

Retrocedí dos pasos hacia la puerta cuando lo oí y lo vi sentado en el sillón grande, o más bien acostado, con las piernas dobladas en un brazo del sillón y la espalda recostada al otro lado. Tenía puestos sus lentes y un libro en las manos. Me miró esperando mi respuesta.

—Voy a un baile al que nuestro padre me obligó a ir.

—¿Y eso te parece un castigo? —se burló

—Lo es. Lo entenderás cuando tengas que pasar más tiempo con los nobles.

—Lo hago. Estoy en el club de lectores.

—¿No es ese grupo donde hay un montón de señores de cuarenta años?

Él asintió.

—Cielos, Daniel ¿Por qué no eres más como un niño de tu edad?

—Lo mismo te pregunto yo. Sólo te pasas quejando de lo terrible que es ser princesa y lo mucho que extrañas tu antigua vida.

Entré a la biblioteca con los ojos puestos en mi hermano dispuesta a hacerle abrir los ojos.

—¿Y tú no la extrañas? —me fui acercando a él mientras soltaba las preguntas con aire melancólico— ¿No extrañas cuando éramos sólo unos simples niños que estudiaban en un colegio normal y ayudaban a la dulcería de su mamá después de clases? ¿Y que a veces teníamos tontas peleas de harina con papá? ¿No extrañas que pudiésemos salir e ir donde quisiéramos sin que nos tomaran fotos? ¿o que la personas quisieran ser tus amigos porque les agradas y no porque les conviene?

Cuando acabé, estaba arrodillada en la alfombra, frente a mi hermano. Daniel perdió nostálgicamente su mirada con una sonrisa en el rostro.

—Sí, lo extraño mucho.

—¿Y por qué nunca has dicho nada?

—¡Ja! Cómo si pudiese hacerlo—espetó con genuina sinceridad y luego pareció arrepentirse, como si se le hubiese escapado.

—¿De qué hablas? —insté.

Nuevamente serio, levantó el libro que tenía en las manos y continuó leyendo.

—Nada, olvídalo.

Pero no lo dejé así. Le arranché el libro de las manos, él estiró brazo tratando de alcanzarlo, pero lo escondí detrás de mi espalda antes de que pudiese tocarlo y lo miré fijamente.

—¿De qué hablas? —insistí.

Daniel me devolvió la mirada apenado. Era obvio que decirme lo que había pensado lo incomodaba, pero me conocía muy bien. Sabía que si no me respondía iba seguir insistiendo hasta obtener una respuesta.

Después de un largo suspiro, dijo:

—Me refería a que todos siempre están pendientes ti, por lo que la princesa quiere y necesita... «Isabella esto» «Isabella aquello» Siempre has hecho algo que requiere toda la atención de nuestros padres. Si no era porque escapabas del palacio, era porque saltabas tus clases, o porque te habías peleado con alguien, o cualquier cosa. No hay espacio para lo que yo quiera, piense o sienta. Tampoco necesitan que les dé más problemas o preocupaciones porque ya tienen suficientes contigo.

Mis labios se abrieron levemente comprendiendo algo: «Soy la peor hermana del mundo»

Él tenía razón. Yo era bastante problemática y Daniel siempre había sido tranquilo. Había supuesto que él era así y que nunca tenía problemas con nada, pero nunca me había puesto a pensar en que él también podía estarlo pasando mal a veces. Tal vez nadie lo pensó. Todos asumimos que él estaba bien con cualquier decisión que se tomara en la familia, cuando en realidad, lo único que quería era no causar más problemas. Así era mi hermano. Tan bueno que prefería poner a los demás por encima de él para que estén felices.

BASTARDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora