*Capítulo 49*

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*Malik*

Estaba sentado en el suelo con la espalda arrimada a la pared, mis piernas flexionadas y mis brazos descansando sobre mis rodillas. Habían pasado horas desde que Adam y los demás se fueron y me dejaron encerrado en esta habitación subterránea, con apenas una rejilla a lo alto de la pared, el único vestigio de luz, y la única manera de saber que ya era de noche.

Estaba haciendo frío como el demonio. Mis manos estaban congeladas. No tenía ni una sola manta a mi disposición, ni un solo colchón, solamente tenía un balde en la otra esquina que no me serviría para más de una cosa, y esperaba no tener que necesitarlo.

Me mantuve quieto porque moverme era doloroso: un hombro herido, una cara golpeada, las muñecas rasgadas por las esposas y por el brusco movimiento al que mi cuerpo se vio forzado por la tortura eran algunas de mis dolencias; sin embargo, el dolor físico era lo de menos. Nada me había golpeado tanto como enterarme que mi padre podría ser el asesino de Fernand.

Aunque no podía ser tan crédulo para confiar en el viejo sin ver la pruebas, sus palabras quedaron sonando en mi cabeza: "¿Engañarte? Claro, porque es muy difícil de creer que tu padre sería capaz de acabar con la vida de alguien inocente sólo para cumplir con un objetivo mayor, ¿no?"... Por muchos años había visto a mi padre pasar por encima de cualquiera que se interpusiera en su camino, y la posibilidad de que él fuera el asesino de mi primo jamás cruzó por mi cabeza. Si esto era cierto, significaba que había sido un ciego y un idiota por no darme cuenta.

Reflexionando sobre ello, oí la cerradura de la puerta abrirse y levanté la mirada. Alguien empujó la puerta y la silueta de una mujer se delineó con el contraluz del pasillo. Su silueta me recordó a la de Isabella y mis ojos se abrieron más. ¿Sería posible...? Por unos segundos el corazón me latió con fuerza llegando a creer que podía ser Isabella, pero entonces ella encendió el foco de la habitación y la ilusión se perdió. No era ella. Tenía cierto parecido en sus rasgos, los mismos labios, pero no era Isabella. Debía ser su madre.

—Hola—saludó con un tono suave. No le respondí

«¿Por qué vendría la reina hasta aquí?»

Sobre la mesa dejó una carpeta que llevaba en sus manos y continuó acercándose a mí con un botiquín.

Caminó lentamente y con cuidado mientras me observaba, tal vez sopesando lo peligroso que podía llegar a ser, como si fuera una especie animal salvaje. Y tenía razón en temer. En realidad, desde que entró ya estaba analizando qué posibilidades me daba eso para escapar. Dado que era la esposa de Adam podía usarla como rehén si la atrapaba y la arrastraba conmigo hasta la salida del palacio. Ningún guardia se atrevería a dispararme.

No era un mal plan, sólo me quedaba averiguar lo que quería y si realmente estaba sola.

Se acuclilló junto a mí y yo apenas la miré de reojo.

—Parece que mi esposo fue muy duro contigo.

Su voz era cálida y ciertamente reconfortante después de haber pasado todo el día junto a personas tratando de matarme, pero no podía olvidar que seguía siendo la esposa de Adam.

—Estoy bien—respondí secamente.

—Traje algo para tus heridas—dijo ella, haciendo caso omiso a mi respuesta.

—Dije que estoy bien— le repetí con dureza.

—Es obvio que no—refutó la reina con un tono de regaño, y seguido de ello, llevó una venda con alcohol hacia una herida en mi labio. Al tocarme, moví bruscamente mi rostro fuera de su alcance—. Déjame ayudarte. Eso se te puede infectar y será peor.

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