*Capítulo 60*

476 46 2
                                    

*Malik*

Era más de medio día, pero el sol ardía sobre nuestras cabezas, aunque una inmensa carpa blanca nos proporcionaba sombra. Los cristales de las decoraciones capturaban y refractaban los rayos del sol, proyectando figuras que danzaban en los muros del palacio. Las cámaras de televisión nos apuntaban, capturando este trascendental momento en vivo para el deleite de nuestro pueblo. El esperado paso, especialmente para mi padre, estaba a punto de dar comienzo; todos los testigos presentes ocupaban sus asientos, sus miradas convergiendo en la tarima donde yo y mi prometida nos enfrentábamos, bajo el arco floral, mientras el clérigo recitaba las palabras que nos unirían para siempre. Mi padre ocupaba la primera fila, acompañado por mi madre y mis hermanos. Todos excepto uno. ¿Dónde estaba Hamid? Me lo pregunté en cuanto noté su ausencia. No era común que mi padre permitiera que uno de sus hijos faltara a un evento de esta magnitud.

Sin embargo, algo más estaba a punto de suceder y mi enfoque debía centrarse en ello. Al menos mi plan avanzaba según lo planeado hasta ese momento. Makari ya me había mostrado la foto de Isabella en el Jannat y ahora mi padre esperaba que cumpliera mi parte del trato casándome con Anai. Por mi parte, no podía hacer mucho más si deseaba mantener el espectáculo el tiempo suficiente, pero en este momento, Adam debía estar desempeñando su papel.

Anai me observaba nerviosa; apenas escuchábamos las palabras del clérigo. Sosteníamos nuestras manos entrelazadas, y pude sentir cómo temblaban. Las apreté ligeramente para transmitirle algo de seguridad. Ella sabía lo que se avecinaba.

De repente, el ensordecedor rugido de motores acercándose acalló al clérigo y atrajo la mirada de todos los presentes, incluidas las cámaras de televisión. La gente empezó a inquietarse, levantándose de sus asientos al percatarse de que se trataba de una pandilla armada que rodeó la carpa en cuestión de segundos.

Uno de ellos descendió de su moto y avanzó hacia nosotros. —Lamentamos interrumpir esta boda, pero tenemos algo de suma importancia que comunicar, algo que podría interesar tanto a nuestros ciudadanos como a líderes de otras naciones —comenzó a hablar mi buen amigo Lagartija.

Mi padre escudriñó más allá y notó que todos sus guardias estaban siendo amenazados con armas apuntando a sus cabezas por miembros de la pandilla y por la guardianía de Inglaterra también. Habían seguido meticulosamente mis indicaciones, lo que les había otorgado el control de la situación.

Una sonrisa orgullosa se formó en mis labios; algo que mi padre percibió de inmediato, haciendo que comprendiera que yo era el cerebro detrás de todo. Su expresión en ese momento era indescriptible, como si un demonio se hubiera apoderado de él. Podía leer en sus ojos que planeaba hacerme pagar por esto.

No obstante, ya todo estaría perdido para él después de este día, por lo que le devolví la sonrisa con ironía. Podría ser la primera vez que le sonreía sinceramente.

—Lo que están a punto de presenciar son pruebas irrefutables del auténtico creador de la pandemia. Les sorprenderá saber que no fue coincidencia que Pakestania tuviera la cura —explicó Lagartija mientras entregaba dos pendrives a los periodistas presentes. Pendrives que contenían todas las pruebas recopiladas por Lucas y por mí.

Los periodistas y camarógrafos, inicialmente aterrados, ahora estaban fascinados por el espectáculo y la primicia.

Todo parecía estar siguiendo el plan a la perfección hasta que comenzaron los disparos. Gritos resonaban por doquier. Rápidamente, incliné la cabeza de Anai hacia abajo y me tiré al suelo junto a ella.

—¡Dijiste que no habría disparos! —me reprochó ella.

—No provienen de mi gente —le expliqué.

BASTARDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora