Capítulo 6

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Dos horas y media más tarde partimos en el avión Real rumbo a Pakestania. Durante el vuelo fueron pocas las veces que mi padre y yo cruzamos alguna palabra, él estaba muy ocupado hablando con su mano derecha de las propuestas que le harían al rey Gonzag a cambio de su ayuda. Una tarea difícil después de haber rechazado su propuesta de alianza por matrimonio, y mucho peor, después de que yo golpeara a su hijo. Me sentí un poco culpable por eso. Esto me confirmó el por qué los nobles debemos ser gentiles o educados incluso en los peores momentos: nunca se sabe cuándo necesitarás su ayuda. Pero de todos modos ya era demasiado tarde para lamentarlo y confié en que mi padre sabría qué hacer.

«Ojalá pudiera hacer algo más que eso» pensé mientras miraba las nubes por la ventanilla del avión. Era relajante. Al menos en el cielo todo parecía estar en calma.

Al cabo de una hora más el avión comenzó a descender por debajo de las nubes, y ya desde ahí, pude contemplar la capital de Pakestania y lo de diferente que era a nuestro reino. Quedé algo sorprendida por la cantidad de edificios lujosos que tenían, y además con una estructura tan bella y moderna que mi abuelo por parte de mi madre-un arquitecto-adoraría ver. Mientras que Isabil estaba lleno de hermosos paisajes, lagunas, flores y puestas de sol, Pakestania era tecnología, lujos y autos deportivos transitando en sus amplias calles.

Al bajar del avión y seguir en un auto rumbo al palacio, continué observando lo diferente, pero interesante que era todo, y no es que no hubiera viajado antes, pero Pakestania estaba a otro nivel. Pakestania tenía ciudadanos con el mejor gusto por la moda que haya visto, y podría jurar, que vi a alguien paseando a un guepardo como si fuera una mascota. La excentricidad era la palabra que definía a esta ciudad y me encantaba.

Sin embargo, nada me abrió más la boca como cuando llegamos al palacio. Era al menos dos veces más grande que el nuestro, y con una infraestructura diferente: como unos conos en vez de un techo plano, varias torres conectadas por puentes que, a su vez, formaban abajo elegantes arcos bañados en oro, una fuente de agua glamurosa, y un jardín amplio con pavos reales sueltos por ahí.

—Este lugar es increíble—espeté asombrada.

Mi padre me echó una mirada como si estuviera traicionando a la patria.

—Perdón—le dije y me volvió ignorar, pero no lo perdonaba en absoluto. Estaba enamorada de ese palacio, lástima que sus dueños no fueran igual de agradables.

Cuando entramos a ese elegante y amplio vestíbulo, me sentí un poco fuera de lugar por mi sencillez. Tenía puesta una de esas faldas que son cortas por delante y largas por atrás hasta el suelo, de color palo rosa, una blusa blanca sencilla y sandalias blancas para combinar. Mi cabello recogido en una cola de caballo, y tal vez, mis aretes de aro dorados eran lo único que volvía mi atuendo un poco menos mediocre.

Pronto apareció un señor a decirnos que el rey nos recibiría en un minuto y nos dirigió a un salón más pequeño que el vestíbulo, pero igual de impresionante, para que lo esperemos.

Cinco minutos después apareció el rey.

—Miren nada más quien viene arrastrándose a mis pies. Oí que tu reino de tiene un grave problema de salud. Eso es lo que pasa cuando permites que personas de clase inferior se mezclen con el resto.

—No vine aquí para discutir mis decisiones contigo—respondió mi padre y yo me esforcé por mantener mi boca cerrada.

—Claro que no, ni que fueras tan listo. Una persona tan débil como tú que deja que sus emociones se involucren en sus decisiones nunca podrá ser un buen rey.

—Mi pueblo no opina lo mismo

—Tu pueblo está a punto de extinguirse porque no fuiste capaz de ordenarle a tu hija que se comprometa con un Escarlata. Si lo hubieras hecho, ya habrías salvado a todos.

BASTARDADonde viven las historias. Descúbrelo ahora