La noche se sintió larga. Le había dado la espalda, intentando no moverme para si quiera toparlo por error. Le di su espacio. Pero difícilmente podía cerrar los ojos sin ser consciente del cuerpo pesado y caliente a mi lado.
Jamás había dormido con un hombre. Mi conocimiento sobre ese tema se limitaba en saber besarlos y provocarlos, y no tenía que esforzarme mucho. A decir verdad, estaba acostumbrada a que los hombres se embobaran conmigo, se pusieran nerviosos, y buscaran la manera de agradarme, nunca fue al revés, y hasta ese entonces lo había visto como una ventaja. Nunca creí que alguna vez desearía no ser atractiva para ellos.
A veces podía sentir la mirada de Hamid sobre mí, tan persistente como intensa. Afortunadamente, nunca hizo nada más. Él no me puso un solo dedo encima, aunque podría jurar que lo pensó en hacer varias veces; cada vez que se acercaba si quiera un poco a mí, yo apretaba las sábanas y me alistaba para alejarme de un solo salto de ahí, pero entonces se volvía a alejar y yo me relajaba. Así pasaron varias horas, en las que ni él, ni yo podíamos estar lo bastante calmados como para conciliar el sueño.
—Maldita sea—gruñó Hamid saliendo de la cama.
Sólo en ese momento giré la cabeza por encima de mi hombro y lo vi salir de la habitación.
Me mantuve alerta, pero después de dos horas sin que volviera, supe que se había ido a otra habitación a dormir.
Sonreí.
Al parecer, yo tenía razón. Ellos temían a que yo rompiera esta alianza. Lo que significaba que en realidad no tenían tanto poder sobre mí como pensaba.
Al fin algo bueno.
Me pude quedar dormida después de eso, y en lo que parecieron minutos, alguien entró a mi habitación y me despertó con mucho más ánimo del que podía soportar en ese momento.
—¡Buenos días, princesa!
La señora Ullah abrió las cortinas de la ventana dejando pasar la luz para que todo mi rostro se iluminara con los rayos del sol. Solté unos pequeños quejidos mientras intentaba cubrirme con la sábana, pero fue inútil. Ullah vino con el tenaz propósito de levantarme.
—Son las diez de la mañana, princesa. En media hora empiezan sus clases de idioma, seguido por otras actividades, como sus clases de decoro y danza, así que no se puede quedar ahí dormida si quiere desayunar bien.
—¿Danza?
—Así es.
—Cuántas cosas quiere que aprenda, Malik—comenté gruñona, ya que no había dormido bien y ni si quiera mis padres habían logrado que hiciera cosas que no me interesaban, por eso me escapaba del palacio.
Sin embargo, la señora Ullah se tomó mi comentario como una pregunta seria.
—Tiene mucho que aprender. Es una costumbre que las esposas de nuestros príncipes lo sepan todo de su pueblo y se involucren bastante en su cultura. Y debería saber que con lo cotizados que son los príncipes Escarlata, hay princesas a las que las preparan desde niñas para tener la oportunidad de comprometerse con unos de ellos.
—No saben lo afortunadas que son de no estarlo. —murmuré mientras me deslizaba fuera de la cama
—¿Perdón?
Ullah realmente no me había oído, pero antes de repetirlo en voz alta me planteé la pregunta de si era buena idea hablar mal de los príncipes frente a ella. Sus príncipes. Obviamente no.
—Que serían muy afortunadas si lo lograran—sonreí hipócritamente, pero Ullah no pareció notarlo.
Me di una ducha y al salir Ullah me esperaba con un conjunto sobre la cama. Era uno de los míos- una blusa blanca y una falda que agarraba la cintura y llegaba hasta las rodillas- aún no había llegado la ropa de la modista, pero estaba segura que eso sería todo lo que vestiría una vez que estuvieran aquí.
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BASTARDA
RomanceIsabella es una mujer rebelde y más lista de lo que los hombres creen bajo esa fachada de princesa encantadora. Los hombres son aburridos para ella y está segura que está mejor sola, pero las vueltas del destino la obligan a enfrentarse a una decisi...