*Capítulo 11*

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Después del largo viaje en jet y seguidamente en auto, me animé cuando la lujosa casa que el príncipe había indicado como su destino final apareció dibujado frente a la montaña de nubes, rosa pastel por el atardecer, cubría el horizonte. «Por fin podré hacer algo más que verle la cara a este príncipe» pensé y, al parecer, él también pensaba lo mismo de mí. No habíamos cruzamos más de cuatro o cinco palabras en todo el viaje y eso sólo cuando fue netamente necesario.

Pero eso fue antes de que el auto enfilara la avenida y yo echara la primera mirada a la casa. Estaba formada por tres alas que trazaban un rectángulo sin la línea inferior. El camino seguía la forma de la casa y dibujaba un semicírculo que permitía llegar hasta la entrada principal y luego alejarse del edificio sin tener que la vuelta. Docenas y docenas de ventanales le daban a la estructura un toque muy moderno y lleno de luz; no apta para una ubicación urbana, por el contrario, alrededor sólo había pradera y árboles, y atrás de la casa, un pequeño risco que en sus raíces guardaba una playa limpia y solitaria.

Mientras más no acercábamos, más podía oler el aroma fresco del mar y oír el canto de las gaviotas. Era como si la casa tuviera vida propia.

La enorme puerta de entrada se abrió antes de que el auto pudiera detenerse. Una multitud de sirvientes descendió por la escalera. El príncipe esperó que un señor le abriera la puerta y algo le dijo al oído antes de inclinar su cabeza dentro del auto y mirarme.

—Baja—me ordenó con voz tensa.

—Es lo que pensaba hacer cuando te movieras—le respondí de malas. Él hizo una mueca de fastidio y siguió sin esperarme.

Entonces me bajé del auto sin ayuda nadie, con lo cual no tenía ningún problema, pero como princesa, me había acostumbrado a la caballerosidad; algo que notablemente no podía esperar de mi esposo. Y los criados estaban más atentos a su querido príncipe que en mí. Los criados no resultaron de ninguna ayuda a mi incomodidad a ese nuevo lugar. Eran inexpresivos y me miraban con curiosidad.

Hamid habló con otro señor en su idioma, que se acercó en auto el auto se detuvo, lo saludó con el nombre de Adil, y parecía estar peguntándole sobre las últimas novedades en la casa. El hombre en cuestión era alto, majestuoso y totalmente calvo, vestido con traje.

Había vivido lo suficiente en el mundo aristocrático como para saber que ese hombre debía ser el mayordomo, aunque no entendiera nada de lo que decían.

De pronto me vi invadida por la timidez como nunca antes lo había estado. Comprendí que estaba sola en este lugar, sin nadie que me conociera o me entendiera, no tenía aliados o amigos, en un lugar que jamás había estado. Estaba completamente indefensa.

Hamid menciona mi nombre, como presentándome al mayordomo (aunque con desgana), y él me hace una pequeña reverencia presentándome hacia mí, repitiendo nuevamente "Adil", así que confirmé que ese era su nombre. Yo sonreí y asentí. Luego Hamid siguió hablando. Mi conocimiento del idioma era poco, pero a veces podía traducir una que otra palabrita para tener una idea del contexto y entendí que Hamid le pedía a Adil que le llevara una botella de whisky a la biblioteca.

El mayordomo le hizo una reverencia de asentimiento. Luego, sin mediar palabra, el príncipe se volvió y subió los escalones hasta llegar a la entrada de la casa. Me quedé mirándolo, intentando no sentirme abandonada. Obviamente no nos llevábamos nada bien, pero Hamid era el único que hablaba español y a quien medianamente conocía. Prefería pelear con él que quedarme sola.

—Ye jan pel mujen tel má—dijo Adil dirigiéndose a mí, retrocedió e hizo un gesto hacia dentro de la casa; era evidente que esperaba que lo siguiera.

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