*Capítulo 8*

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***

—Vaya sorpresa. No esperaba recibir a la hija de Adam Grey a estas horas. ¿A qué se debe el

No le di más vueltas.

—Vengo a aceptar la propuesta de matrimonio con su hijo, a cambio de que ayude a mi reino.

Escucharme decir eso fue como un canto de ángel para sus oídos. Pude notarlo por la forma en que sus labios dibujaron una sonrisa maliciosa. Estaba complacido.

—¿Y qué hay de tu padre? ¿él sabe que estás aquí? —preguntó con cuidado. Probablemente procurando de no caer en un engaño.

—No. Pero ya soy adulta y puedo tomar mis propias decisiones.

Aquello lo convenció.

—Por supuesto—dijo, como tratando de agradarme. Estaba segura que cualquier cosa que le dijera ahora, él me apoyaría, mientras me mantuviera de su lado.

—Necesito que hagamos esto rápido. Antes de que él se entere.

—¿Estás proponiendo casarte esta misma noche? —preguntó Gonzag, admirado de mi osadía.

—Sí.

Podía leerse la diversión en su cara. Era seguro que Gonzag gozaba de la desgracia de otros, y sobretodo, le divertía que la misma hija de su enemigo lo estuviera traicionando.

«Lo siento, papá...»

—Pue así será— accedió el rey y miró al hombre que me había acompañado antes— Isaac, haz los preparativos. Tendremos un casamiento esta noche.

—Sí, alteza—el hombre se fue, dejándonos solos.

—Quiero leer todos los beneficios de la alianza antes. Y quiero ver que esté firmada—le dejé bien claro, ya que ni loca iba a hacer algo como esto sin antes asegurarme que obtendría lo que quería a cambio.

—El abogado lo traerá en unos minutos, pero la alianza debe estar firmada también por el rey de Isabil, es decir, tu padre. ¿Lo va a hacer?

—Lo hará—aseguré—. Cuando sepa que me casé, no tendrá otra opción más que firmarlo.

—Fantástico. Veo que has pensado en todo.

—Sólo hago esto por mi reino.

—Y haces lo correcto—me dijo con una mano en mi hombro que me dio escalofríos. Esa mano no estaba ahí para brindarme sincero apoyo, sino para controlarme—. Serás una buena esposa para mi hijo Hamid.

«Hamid» ... al escuchar su nombre, confirmé que las intenciones de Gonzag de casarme con Hamid y no con otro de sus hijos, no había cambiado. Él era el hombre que había decidido para mí. Me preguntaba si no le importaba que lo hubiera golpeado en la cara. De alguna forma había albergado la esperanza que después de ese suceso, el príncipe con quien me casaría sería otro. Deseaba que fuera así. Incluso si no conocía a los demás, cualquiera hubiera sido mejor que Hamid, quien había insultado a mi madre, y a mí, por ser una bastarda. No me agradaba para nada.

—¿Y Hamid está de acuerdo con esto?

Que él se negara sería mi única salvación. Pero el rey no le dio mayor importancia, de hecho, me miró como si mi pregunta fuera ridícula.

—¿Acaso importa?

Este señor era frío como el hielo. No podría imaginar el infierno que sería ser hijo de alguien así que poco o nada le importa la opinión que tengan sus hijos sobre algo que implica un gran cambio en sus vidas. Me sentí agradecida de que los míos no fueran igual.

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