*Capítulo 22*

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Mis clases con la señora Johansson se intensificaron, los días se hicieron más pesados y el día de mi primera aparición como la esposa de Hamid se acercaba. Durante esas dos semanas siguientes, Malik se pasó afuera o encerrado en el despacho. Ni si quiera lo veía en las comidas porque, o ya había comido, o comería en otro lado. Parecía que me esquivaba a propósito, ¿por qué?... Es decir, no hacíamos nada malo. No es como si fuésemos amantes. Nos divertíamos un poco, ¿y qué? ¿Cómo eso podría ser tan malo?

Sabía que no debía importarme, pero algo de todo esto me molestaba.

«No es más que un Escarlata» me repetía, y seguía concentrándome en mis deberes.

Debí quedarme con eso y continuar así. La situación era perfecta, sin nadie que me molestara. Tenía una casa y una habitación para mí sola, tenía sirvientes a mi disposición, tenía una playa a la que podía acudir cuando quisiera. Todo era mejor sin ningún Escarlata a la vista, ¿no? Quizás pronto mi padre terminaría de necesitar la ayuda de Pakestania y yo volvería a casa con mi familia.

Pero al parecer me gustaba complicarme la vida.

Así que cuando, a la tercera semana, Ullah llamó a la puerta después del almuerzo para anunciarme que había llegado mi ropa nueva, se me ocurrió que era una buena razón para ir buscarlo yo misma y contarle.

—Ya regreso, Ullah. Tengo que hacer algo.

—Oh, ¿No quiere primero ver los vestidos?

—Los veré al regreso—mis ojos debieron brillar de determinación mientras salía de la habitación en busca del príncipe. Que me ignorara por tanto tiempo y sin ningún motivo, era ridículo.

Por lo menos quería que me dijera en persona por qué ya no quería verme.

—¿Puedo ayudarle, princesa? —me preguntó uno de los sirvientes que de pronto se materializó de una sombra bajo la escalera cuando entré al vestíbulo. Era como si me vigilaran.

—Estoy buscando al príncipe—informé, y lo miré directamente a los ojos como retándolo a que me pusiera un impedimento.

—Creo que está en la sala de música.

—Y eso es en el ala izquierda, ¿cierto?

—Así es. Pero, princesa Isabella, ha dado órdenes específicas de que no se le moleste.

—Bueno, pues, ya veremos—mascullé mientras me dirigía al ala izquierda.

Como ya conocía bien esta enorme casa, no demoré en llegar a la puerta de roble de la planta baja. Llamé con los nudillos.

—¿Quién es? —preguntó el príncipe, haciendo evidente la irritación en su voz.

—Soy yo, Isabella— contesté

Después de una corta pausa oí un claro «Márchate», que hizo que me enfadara. Que fuera el príncipe heredero con mayor poder en la casa, no significaba que podía tratarme como una "don nadie". La luz de pelea destelló en mis ojos mientras hacía rotar el pomo y abría la puerta.

Él estaba tirado sobre un enorme sillón orejero con una bota apoyada en el reposapiés y la otra plantada firmemente en el suelo, frente al ventanal de vidrio que ocupaba toda una pared; por ahí, se podía apreciar la calma del mar por las noches y la luz de la luna era con lo único que estaba iluminada esta habitación. Tenía una copa de líquido ambarino en la mano. En la mesa que tenía al lado había una botella. Y desde un parlante en la esquina de la habitación se emitía una suave melodía. El príncipe estaba con una camisa holgada de lino y abierta por completo con su pecho y abdomen al aire, abajo un jean negro rasgado en una de las rodillas que no le había visto hasta ahora. La luz de la luna iluminaba partes ondeadas de su cabello negro, pero dejaba el rostro en sombras. Sólo pude ver el destello de sus ojos cuando me miró lentamente de arriba abajo.

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