*Capítulo 7*

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Encontré a mi padre en el vestíbulo del palacio. Él estaba bajando las escaleras con nuestros guardias siguiéndolo, y yo entrando por un lado con mi falda rota y rasguños en mi blusa. Esperaba que demorara un poco más y me diera tiempo a sacarme algunas ramitas, pero su reunión con Gonzag había sido breve. Me preocupaba saber si eso era bueno o malo.

—¿Me puedes explicar por qué parece que te tragó un árbol?

—Salí a conocer el jardín y tropecé con un arbusto—dije. Fue lo mejor que se me ocurrió.

—¿Y estás bien? ¿Te lastimaste mucho? —tomó mi mentón y revisó mi rostro.

—Sólo un par de rasguños.

—¿Qué hacías fuera del palacio? ¿Por qué no le dijiste a Steven y a Roger que te acompañaran? —me reclamó.

Steven y Roger, que estaban detrás de mi padre, se tensaron un poco y se miraron entre ellos preocupados de que esto fuese a afectar su trabajo. Yo, por supuesto, no iba dejar que otros sufrieran las consecuencias de mis acciones.

—Sólo fue un tonto paseo por el jardín. No tienen que estar protegiéndome todo el tiempo; además, eso no hubiera evitado mi torpeza.

—Ven aquí, corazón—dijo sacándose la leva y colocándola encima de mis hombros.

Pese a mi falta de ingenio para inventarme una buena excusa, mi padre no escudriñó más en el tema. Desde que lo vi parecía tener su mente en otros asuntos, presente, pero auscente a la vez. Puede que sólo por eso me creyera lo primero que le dije.

—¿Cómo estuvo la reunión?

Con los ánimos bien bajos, me respondió al cabo de unos breves segundos mientras acomodaba la leva en mis hombros:

—No muy bien.

—¿Por qué? ¿Qué te dijo?

—Lo de siempre—dijo, muy vagamente—. Vamos al hotel para que puedas darte una ducha y cambiarte. Voy a pedirle a unos de los chicos que compre alcohol para esas heridas.

Ya estaba el auto esperándonos afuera y mi padre me empujó levemente por la espalda para dirigirme hacia allá, pero yo me detuve en seco, con lo pies bien plantados en el suelo.

—No. Quiero que me digas qué fue lo que te dijo—exigí.

—Isabella, luego hablaremos de ello.

—Pero quiero saber ahora—insistí— ¿Mi mamá y Daniel van a tener la medicina o no?

—Isabella...

—¿Por qué no solo me dices lo que dijo?

Es por esto que quería escuchar yo mismo la respuesta del rey Gonzag. Mi padre siempre trataba de protegerme no contándome toda la verdad y estaba harta.

—Sube al auto, Isabella—me ordenó

—No, hasta que me respondas.

—Sube al auto—volvió a ordenar, esta vez con una mirada más severa al igual que su tono.

A regañadientes, caminé al auto y me deslicé por el asiento hasta la ventanilla, no sin antes soltar un gruñido que dejara en claro que estaba molesta con él por sólo hacerme seguir sus órdenes. Mi padre subió detrás de mí, y un segundo después, el auto arrancó.

Por un rato sólo estuvimos avanzando por las calles en completo silencio. Busqué la mirada de mi padre, pero él estaba haciendo lo que siempre hacía cuando algo lo entristecía mucho o le enojaba: se encerraba en sí mismo. Estaba pensativo con la mirada hacia la ventanilla, con los brazos cruzados, silencioso, y aparentemente preocupado.

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