2 de agosto: ella era mi tal vez

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Mi cabeza estaba apoyada en el vidrio de la ventana del coche mientras mis padres en los asientos de delante discutían un tema. Me dolía la cabeza y más por el echo de que el sol se colaba por la ventana.

No quería salir de mi habitación, pero esa mañana. Mi madre había llegado echa furia y me había sacado arrastrada de allí.

No tenía idea a dónde íbamos, solo paramos frente a un edificio y mis padres me arrastraron a dentro. Hasta que llegamos a un habitación blanca con olor a menta.

—Buenos días. Doctor, un gusto conocerlo por fin— mi padre estrechó la mano hacia el hombre y le sonrió.

—El gusto es mío— el hombre me miró de reojo y me dedicó una sonrisa —. Marc burgués.

No dije nada, no entendía mucho hasta que me di cuenta de algo, "graduado de la mejor universidad de psicología del país"

—No— dije —. No puedo creer que me hayan traído aquí. No.

—Alexandra.

—No, yo no estoy enferma...solo denme tiempo, no puedo superar nada...yo la amo y no puedo creer que se haya ido, ¡Dios! ¿Acaso no pueden entender eso?

—¿Puedes calmarte?— mi madre me jaló hacia ella —. Estamos aquí por ti, para ayudarte. No para que salgas corriendo.

—Yo...

—¿Pueden dejarme sola con ella?— el hombre me interrumpió, mis padres se miraron por unos segundos y después optaron por irse, no sin antes darme un abrazo —. ¿Te sientes mejor?

Silencio.

—¿No quieres hablar?

Silencio de nuevo.

—¿Te niegas a recibir ayuda?

Otro silencio de mi parte.

—Esta bien, cuéntame— pauso —. ¿Quien era Odrwi?

Bastó de eso para que millones de recuerdos llegarán a mi, y de nuevo ese dolor en el pecho me atacó, y de nuevo las ganas de llorar llegaron a mi porque dolía.

Hundí mi cabeza en mis manos y no dije nada.

Solo lloré.

Solté todas las lágrimas que tenía, pero no solté el dolor.

Porque por más que lloraba seguía allí.

—No puedo deshacerme de él, sigue ahí haciéndo un orificio en mi pecho, quemando mis ganas, acabando conmigo— solté todo en un momento, sabía que el me escuchaba atento, pero no quise levantar mi rostro, no era lo suficientemente valiente para hacerlo —. Porque solo quiero que esto sea una mentira.

—En muchas ocasiones, Alexandra. La realidad es mejor que una mentira.

—¡Pero es mejor estar engañados que sufrir!

—¿Y de que te sirve eso? Si al final la realidad es la que gana— lo escuché suspirar —. No puedes vivir de la mentira, Alexandra.

—Alex.

—¿Ah?

—Solo diga, Alex.

—De acuerdo.

—¿Es tan fácil para ti decirlo, no?— está vez sí levanté mi rostro, no me importó lo mal que me veía. Quería verlo mientras le decía esto: —. Decir que es mejor la cruda realidad, que una dulce mentira. Para ti es tan fácil decir unas simples palabras de aliento y creer que eso es suficiente para hacer sentir mejor a la persona. Se trata de mucho, se trata de estar con ella, de estar mientras suelta su dolor, mientras llora. Se trata de verla y sentir lo mismo, se trata de entender. Porque no puedes decir que me entiendes, porque nadie murió por ti y aún así dando la vida por ti, dejó un sabor amargo. Porque no estás en mi lugar para decir que la realidad es mejor que una mentira.

El no dijo nada, sus ojos se quedaron mirándome por unos segundos, estaban entre sorprendidos y eufórico. Podía notar lo dilatado que se encontraba su pupila.

—No he sentido lo mismo que tú, eso es cierto. Pero estoy aquí para ayudarte, para escucharte. Y aunque creas que no puedo llegar a entenderte, tal vez tengas razón. Pero eso no quita el echo que estoy aquí para cuando levantes la voz.

Eso me dejó muda a mi, no esperaba ese tipo de palabras y menos en mi estado, no dije nada de nuevo. Mis ojos se aguaron y solté a llorar, el no se acercó a mí ni me abrazó y agradecí eso, no necesita una muestra de su afecto.

—Yo me hice adicta a ella, y ahora que no está su ausencia me está consumiendo.

—El ser humano es de costumbres Álex. Cuando tú cuerpo y mente acepten que ella no va a volver, se acostumbrarán a su ausencia y al final no la extrañarás.

—¿Como estás tan seguro?

—Los estudios no mienten.

Eso por alguna razón me causó gracia, le sonreí un poco. Limpie mis mejillas y sonreí. Luego de tanto tiempo.

—¿Se siente bien no?— su pregunta me atrajo de nuevo.

—¿Ah?

—Se siente bien sonreir de nuevo.

—Tal vez.

—¿Acaso eres de los tal vez, Alex?

Solté una risita triste.

—Ella era mi tal vez.


Mi vida entre tu pecho ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora