27 de diciembre: La boda de Andrés

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¿Cómo podría describir mi estado de ánimo ahora? Ah sí.

Estresada.

Dios, preparar un boda con apenas dieciocho años y sin tener nada de experiencia es casi el fin del mundo, voy a agregar esto a mi currículum.

Lisa seguía dando vueltas en la habitación no se por cuánto tiempo lo está haciendo pero creo que voy a vomitar.

—Lisa, por Dios ¿Puedes parar?

—Es que no puedo, ¿Y si me deja plantada? ¿Y si ya no quiere casarse? ¿Y si huyó? ¿Y si se fue con otra? ¿Y si dice que no cuando el padre pregunté?

Por mi parte me acerque a ella a zancadas y sacudí un poco su cuerpo.

—¡para ya! Vas a volverme loca, Dios— exclamé —. No, no llores, lisa por Dios. Todo va a estar bien, ¿Vale? Y si el trata de escapar lo obligare a casarse de igual. No te preocupes.

Le mostré una de mis mejores sonrisas y la acompañe a la puerta quien la esperaba sus padres. Di un suspiro cuando se marchó y recosté mi cabeza en el muro.

—¿Podré resistir esta tortura Odrwi?— negué con unas sonrisa y salí de camino a la iglesia.

—...Puede besar a la novia— fue lo último que dijo el padre y se escucharon aplausos cuando lisa y Andrés se besaron.

Los dos salieron corriendo hacia la salida mientras que el público los despedía con pétalos de rosa. Todos salimos de la iglesia y fuimos hasta el salón que habían alquilado. La verdad no sabría cuando de dinero gasté pero como madrina y única, les preste el salón de eventos de la empresa de papá con la simple excusa que lo alquilé. Dios, si supieran que esto vale más.

Me senté en unas mesas y a mi lado se unió Ben, Allie y su novio. Habían regresado a la boda de Andrés.

—Linda decoración, no sabía que tenías dones ocultos eh, Alex— sonreí un poco por el comentario de Allie.

—¿Que puedo decir? Soy genial.

Todos reímos a coro. Hasta que sentí como los demás se callaron y miraron detrás de mi.

Luis estaba parado a solo unos metros, su cabello negro estaba peinado hacia atrás y traía un lindo esmoquín. Su rostro se veía mejor que la última vez que lo ví, ya no llevaba marcas de sus uñas pintadas en sus mejillas y mucho menos tenía ojeras. Se veía mucho mejor. Le sonreí y no dude en pararme e ir hacia el.

No me tomo mucho llegar, pero nuestras miradas eran tan intensas que sentí el recorrido muy largo, tenía mucho por decir y sentía que el también. Lo primero que hicimos fue darnos un abrazo, sentí como el lloraba en mi hombro y sabia que el sentía que yo lo hacía en el suyo. Nuestra recuperación fue lenta, dolorosa.

Sabía que al tenerme cerca le traía recuerdos, por eso decidimos todos que lo mejor era dejarlo de ver. Yo tampoco estaba en mi mejor momento y lo entendía perfectamente.

—Perdoname— escuché como entre sollozos susurró.

Yo negué.

—No tengo que perdonarte— me separé de él y arrulle su cara en mis manos—. Eres todo lo que está bien, Luis. No creas que estás en deuda conmigo.

—Estuviste a punto de morir por mi culpa.

Una punzada, eso sentí un pequeño dolor. Se que el proceso para sanar es lento, y muy doloso. Para sanar debes perdonar, yo me perdone y es hora que los demás lo hagan.

—Solo perdonate, debes sanar, Luis. Solo perdonate. Yo te he perdonado ahora hazlo tu.

El me abrazo de nuevo y después de unos minutos yo me incorpore en la mesa con Luis. El le brindó una sonrisa tímida a todos y los demás lo abrazaron con mucho entusiasmo, incluso Ben, que casi no sabía de él.

—¿Hola? ¿Me escuchan?— la vos de Andrés llamó nuestra atención y la de todos los invitados —. Sabrán que hoy es mi boda ¿no? — se escucharon unas risitas —. Estoy algo nervioso— nos sonrió—. Vengo a hacer un anuncio, o mejor dicho a darle el regalo de boda o creo que así se dice. Para decir verdad no tengo mucha experiencia en todo esto pero gracias, inmensas gracias a todos ustedes por venir y no solo a ellos a mi familia, a la que me salvó de una golpiza y nunca me juzgó ni por mi color de piel. A ella que estuvo para mí en todo momento, y nunca se alejó de mí porque hasta cuándo yo quise alejarme ella no lo hizo. Gracias Alexandra— todos aplaudieron y no pude contener las ganas de llorar—. Vale esto no es todo— tomo algo entre sus manos y lo levanto—. Este es mi regalo de boda, es para ustedes, este libro lo escribió mi hermana, amiga y hasta madre; Alexandra. Eso te considero, aunque sea yo mayor claro. Esto fue una historia de amor en la que yo mismo presencié y nunca creí que ella utilizaría su dolor para darle ejemplos a todos, espero y se enamoren de la historia como lo estoy yo ahora. Estos quinientos ejemplares, los compré para ustedes.

No me fijé que cuando Andrés terminó el discurso caminó hacia mi, yo estaba echa un mar de llanto y no podría creer lo que el había echo. Todos los libros los compro el.

—No debiste, son muchos— alcancé a decir mientras Andrés me abrazó.

—En laguna azúl, también los promocione así que no te preocupes.

El me llevo a la pista de baile y ahí estaban todos, bailamos y reímos. Juntos.

Había olvidado que así se sentía la felicidad.

Recuerda que para sanar debes perdonarte, no puede cerrar una herida cuando no sabes cómo curarla.



Fin.



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No puedo creer que este sea el fin de esta historia, no puedo creer. Dios. Es el final más feliz que he escrito. Y al último momento lo cambie. Merecía ser feliz ella. Y todos.

Muchas gracias por acompañarme hasta aquí.

Gracias a todos, dejaré el epílogo más tarde y la nota de gracias.

Mi vida entre tu pecho ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora