Verdad.

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CAPITULO 28

ALEXANDRA

Desperté por la dorada luz matutina del astro rey, filtrándose por la ventana. Me frote los ojos y me estire en la cama. Me toque la frente por un repentino dolor de cabeza. Después de todo la noche pasada no había dormido casi nada.

Cuando trate de verme en ese viejo y raro espejo, el cristal empezó a resquebrajarse. Percival me aparto rápidamente y el cristal, cuarteado, revelo mi reflejo pálido. La chica del otro lado del espejo tenía fisuras en todo su rostro, heridas en los brazos y derramaba lágrimas de sangre. Ella me vio pero no imito mis movimientos. Grito y araño el cristal, tratando de llegar hacia mí. Parecía salvaje, loca y asesina.

Me recordó a Zander.

Percival me grito que tenía que salir cuanto antes. Corrí lo más rápido que pude pero la imagen se quedo grabada en mi cabeza, reproduciéndose una y otra vez a lo largo de la noche.

Me levante con el mismo vestido del que había salido de casa. No tenía más ropa. Cuando me levante de la cama, una nota estaba puesta en la mesa de al lado. Una nota que no estaba en la noche.

La abrí y leí lo que decía.

Abre el armario y pide lo que necesites.

-Lisandro.

Al terminar de leerla, la nota desapareció. Se esfumo como humo por entre mis dedos. Me sobresalte un poco, pero tenía que acostumbrarme. Las personas que vivían aquí no eran normales y yo tampoco lo era de todos modos. Pero después de vivir tanto tiempo en el mundo de los humanos-toda mi vida-era difícil desprenderse de viejos hábitos.

Me dirigí al armario de puertas de roble pintadas de un anticuado color verde y decorado con hojas en relieve. Quien sabe cuánto tiempo tendría este armario, pero no me sorprendería que fuera del siglo pasado.

Lo abrí esperando encontrar ropa o algo parecido, pero el cuarto estaba a oscuras y vacio. No era muy grande, pero tampoco muy pequeño. Las polillas salieron volando y revolotearon a mí alrededor antes de desaparecer por la ventana.

Hice una mueca. Quizá Lisandro me había jugado una mala broma, pero a como lo había conocido, el no jugaba bromas. De hecho quizá ni siquiera tenía sentido del humor.

Pero recordé la segunda parte de la nota, “pide lo que necesites”.

Parecía estúpido y confié en que nadie me viera hablarle a la nada.

-Vestidos-musite en voz tan baja que apenas yo misma me escuche.

Sentí un soplo de aire tibio recorrerme, haciéndome a un lado. Una especie de tornado pequeño, de color grisáceo recorrió el armario. Los colores empezaron a comerse el color gris, resultando por un momento, el verde, después el rojo, el amarillo y todos los colores que podía reconocer. Después de menos de medio segundo, en el perchero, aparecieron alrededor de 50 vestidos. Todos pulcramente acomodados por color y diseño.

En menos de 1 segundo, tenía a mi disposición mas vestidos de los que había tenido en toda mi vida.

Recorrí los vestidos, anonadada. Todos eran hermosos. Jamás había tenido vestidos tan bonitos. Mi familia no era adinerada y solía ponerme ropa sencilla. Sin llamar la atención.

Suspire mientras pensaba en Robert. Lo extrañaba. Extrañaba ver esos ojos ámbar, cálidos y seguros. Anhelaba abrazarlo y besarlo una vez más. ¿El me extrañaría como yo lo extrañaba a el? ¿Pensaría en mí como yo pensaba en él?

Oh Robert, si tan solo supieras en el mundo tan irreal que me encuentro.

Al final tome un vestido color rojo carmín y me lo puse. Susurre zapatos y a mis pies aparecieron 50 pares de zapatillas preciosas.

NightmareDonde viven las historias. Descúbrelo ahora