Promesas.

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CAPITULO 5

ZANDER

Cargue su cuerpo inerte hasta el portal que mi padre había creado en el callejón. Estaba lo suficientemente alejado de las miradas de los curiosos como para ser invisible. Alexandra temblaba aun inconsciente. Fruncí los labios y entre corriendo al portal del muro.

 Por un momento, siento un tirón en el cuerpo. Un creciente mareo que me descontrolaba. Mi cabeza daba vueltas y vueltas y logre estabilizarme. Por suerte, no la había dejado caer. Ella seguía desmayada. Bueno, por ahora.

Reconocí el pasto color verde enfermo que rodeaba la casa donde vivían mi padre y mis hermanas. Corrí, alejándome de ella, dirigiéndome al bosque. No quería entrar a esa casa y escuchar los sermones que me relataba mi padre con su intima calma y fluidez. Me desesperaba. Si Hillary y Harley no lo protegieran, ya lo habría matado.

A estas alturas, Robert debió haber regresado. Sonrió para mis adentros al imaginarme su cara. Primero la confusión, luego el terror, posteriormente el pánico. Conozco cada uno de los sentimientos que experimentan mi víctima y sus intrincados familiares o amigos. Debo reconocer que tengo algo de bondad. Los mato a ellos posteriormente, para que no sufran.

Ruedo los ojos y me interno entre los árboles. 

La tierra cruje al verme pasar. No hay ningún animal a la vista, como era de esperarse. Se escucha un silencio sepulcral, ni un ave cantando. El aroma está cargado de putrefacción y humedad, algunos rayos de sol se filtran por entre las ramas de los arboles. Recuesto a Alexandra en una piedra grande y lisa, donde pueda descansar.

Me alejo mientras respiro tratando de callar a las voces de mi cabeza.

Ábrele el cuello con la daga.

Prueba su sangre, no tendrás otra oportunidad.

Insértale la daga al corazón. 

¿Hueles eso? Imagínate el sabor de su alma.

En eso tiene razón. Aun recargado en el árbol más lejano sin perderla de vista, la huelo. Ella tiene un irresistible olor a gardenias. Aspiro su perfume con los ojos cerrados y recargo mi espalda contra el tronco. Saco la daga de mi pantorrilla y la extraigo de su funda. 

Esta incendiándose. Esta tan caliente que lanzo un gruñido. Sin embargo, esta se conserva intacta. De su puro color negro niebla, tan reluciente como el ébano. Su mango es de hierro forjado, con incrustaciones de esmeralda. Me estremezco al imaginarme la sangre de Alex, exactamente del mismo color.

En ese momento, voltee a verla. Estaba realmente equivocado, cuando al verla, pensé que parecía una princesa de cuentos de hadas. Ella, recostada en la penumbra, con los rayos de sol iluminándola…me dejaba perdido, consternado. ¿Cómo podría asesinar semejante belleza e inocencia? Ella dormía, profundamente. Sus parpados de color lavanda temblaban, quizá ella estaba soñando. Su pecho subía y bajaba con un ritmo tan marcado, que pudo haber seguido el tono de una de las canciones que ella tocaba.

No podía hacer aquello. No podía.

Vi mi daga de nuevo, y me acerque a ella. Mis piernas temblaban, estaba temblando completamente. Una a una, las voces se fueron silenciando, hasta que solo quedamos ella y yo. 

Me puse de rodillas frente a Alexandra. Tome mi daga y la puse exactamente con la punta del filo, tocando levemente su pecho. Un ligero golpe, una ligera distracción y esta se encajaría mortalmente en su corazón.

Entonces respire profundamente y corrí alejándome de ella a la casa de mi padre.

-¿Padre?-pregunte en la puerta que daba a su habitación-laboratorio. No había nadie, al parecer.

NightmareDonde viven las historias. Descúbrelo ahora