La muerte es sencilla. La vida es mas dura.

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CAPITULO 34

ZANDER

No sabía qué hacer, no sabía cómo reaccionar. Nunca en toda mi vida había querido consolar a alguien y ahora me sentía atado de manos-literalmente-sin la más mínima idea de que hacer.

Verla llorar era algo atroz. Prefería mil veces soportar su dolor, por mucho que fuera, a que ella derramara lágrimas.

Se sentía horrible, me llenaba de furia. Quería parar su sufrimiento pero no sabía cómo detenerlo. Quería acercarme, quería abrazarla pero tenía miedo de que ella me rehuyera. Después de todo soy la más espeluznante representación de sus pesadillas. Soy la muerte y ella la vida. Soy el mal y ella es el bien. Esto está mal, tan mal que ni siquiera puedo hacerlo.

Probé con acercarme solo un poco, despacio para no asustarla. No sabía que expresión tenía mi rostro, ni siquiera estaba seguro de cómo me sentía. Jamás había sentido esto, algo similar a un agujero en mi pecho que me impedía respirar con normalidad.

Ella me importaba. Lo comprendí en el mismo momento que deje atrás todos mis temores y me acerque definitivamente a ella sin llegar a tocarla.

Entonces Alexandra hizo algo que causo que me estremeciera. Ella se acercó a mí y se apoyó en mis piernas. Se sintió como si un ácido quemara mi piel. Como si cientos de agujas se enterraran, pero hice caso omiso. No se comparaba con la sensación tan alarmante que me recorrió todo el cuerpo. Como una especie de electricidad que me hizo despertar.

Ella estaba conmigo.

No hice nada, solo me limite a mirarla y dejar que se desahogara. De todas maneras no tenía ni la más mínima idea de que hacer o decir. Ella siguió llorando, pero cada vez con menos fuerza y eso me hacía sentir mejor.

Era preocupante que mi estado de ánimo dependiera de ella.

El tiempo paso, pero no lo sentí. Lo supe por el movimiento de la luna. Entonces los sollozos pasaron y su respiración se normalizo. Mi daga ardía furiosa en mi pantorrilla, pero no había voces en mi cabeza que me dijeran que hacer. Era una tranquilidad tan relajante...tan pacífica. Por una vez estaba solo en mi cabeza. En silencio.

No sabía si alguien me estaba viendo, o si sabían dónde estábamos. Parecíamos solos, solo ella y yo. Y no sé porque mierda me importaba tanto.

Ella empezó a moverse en mi regazo y se levantó, rápidamente como solo nosotros podíamos hacer.

Se restregó sus ojos azules, aunque ahora estaban teñidos de rojo e hinchados.

-Lo lamento mucho-se disculpó-que me derrumbara así es totalmente inaceptable.

-No, no, está bien-me encogí de hombros como si le restara importancia- no te preocupes.

Ella me vio inquisitiva por unos segundos y yo rehuí su mirada. A veces me inquietaba y lograba difuminar mis pensamientos.

-Fue...-carraspeo-yo...vi hoy a mi familia.

-No tienes que decirme nada-la interrumpí.

-Es que...-bufo-esto es tan egoísta...pero me gustaría hablarlo con alguien.

Me quede pensando unos minutos. Esto estaba mal. No debería de estar hablando con ella, no debería de esta aquí con ella. Fruncí los labios y me maldije a mí mismo, ¿Qué me había pasado? ¿Por qué había bajado la guardia? Podía matarla en cualquier segundo, podía sacar la daga y enterrarla en su corazón.

No confiaba en mí.

-¿Por qué quieres hablarlo conmigo?-le pregunte.

-Siento que quizá tu podrías entenderme-respondió.

NightmareDonde viven las historias. Descúbrelo ahora