Príncipe.

13 0 0
                                    

CAPITULO 49

ZANDER

-Las gemelas están aquí señor-me aviso un demonio color naranja fosforescente, con largos colmillos llenos de baba negra y corpulencia robusta y grotesca.

Asentí en señal de aprobación.

-Tráiganlas.

El demonio se dio la vuelta y llevo a mi nariz un aroma a podrido y sangre entremezclados. Menee la cabeza tratando de alejar ese desagradable olor y espere a que me trajeran a las supuestas brujas.

-Señor. Aquí las tiene-siseo mientras aventaba a las jóvenes pelirrojas, con las manos amarradas.

No eran más que dos jovencitas, casi unas niñas, de ojos verdes y cabello rojo como una flama. Ambas traían vestidos iguales y eran casi idénticas, solo el cabello casi rapado de una de las brujas conseguía diferenciarlas. Estaban golpeadas, con cortadas y raspones en su piel de porcelana. No tenía idea como ellas podían tener los poderes de los que se jactaba Kalem.

Una de ellas, levanto la mirada.

-Zander-dijo mi nombre. Estaban cansadas y casi no tenían aliento. Rápidamente el demonio de piel color naranja saco un látigo de color azul eléctrico y lo utilizo para atestarle un golpe horrible a la muchacha.

Ella grito de dolor y un cardenal morado le salió en el brazo, acompañado de un chorro de sangre. Su hermana derramo unas cuantas lagrimas e hico ademan de levantar sus manos, pero suspiro cuando no pudo moverlas.

-¡Déjala en paz!-grito a su vez, viendo al demonio naranja reírse.

Ese le ofreció otro golpe más fuerte a la pobre niña, que resbalo y cayó al suelo. Su hermana grito e sufrimiento.

-¡Zander! ¡Dile que pare! ¡Dile que pare! ¡Es tu hermana!

Estaba tan conmocionado que me levante de mi trono. Observe a las brujas llorar y sangrar y también vi al demonio, que se arrodillo en el momento en que yo me levante.

-No sé de qué me hablan-les dije a las jóvenes- yo no las conozco.

***

Las muchachas perdieron la consciencia y tuvieron que llamar a demonios de poderes un poco más grandes que mis sirvientes para que las reanimaran. Esto me enfurecía a tal grado de no querer que estuviera nadie a mi vista. Hice que se largaran de la habitación para no matarlos yo mismo.

Me senté en mi trono y empecé a impacientarme. Desde la ventana que quedaba al alcance de mi vista, alcanzaba a vislumbrar la extensión del lugar al que llamábamos infierno. El lugar que cuando menos yo, llamaba casa.

Sus límites eran infinitos. Infinitos, como la crueldad humana.

El cielo era negro azabache, una negrura que no se alcanzaba distinguir en el cielo nocturno de los humanos. La luna por otro lado, era rojo sangre, y en el infierno jamás había día. Siempre estaba la luna y las estrellas adornando el panorama.

Me acerque a la ventana y apoye las manos en la encimera. A lo lejos escuchaba a los lobos aullar y los chasquidos de los demonios abajo, buscando algo para comer.

Saque la daga de su funda y empecé a jugar con ella, balanceándola entre mis manos mientras hacia una mueca. Últimamente me había sentido muy confundido. En los últimos días, la sombra de un sueño se asomaba por entre mis pensamientos y después se alejaba con la misma velocidad que había llegado. Las voces de mi cabeza me decían que lo ignorara y me concentrara en la guerra, en mi puesto, pero es que no podía dejar de pensar en eso en particular.

NightmareDonde viven las historias. Descúbrelo ahora