El relato.

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CAPITULO 32

ZANDER

Me dirigí a paso normal hacia el palacio, siempre viendo a mis costados, esperando ver a Lisandro corriendo hacia mi, hecho una furia o decepcionado de mi. Quiza me estaba buscando, o quizá el muy listillo sabría que regresaría. El parecía saberlo todo.

El sol se estaba ocultando detrás de las montañas nevadas, y coloque mis manos en los bolsillos de mi chaqueta mientras abandonaba Berlin. Nadie volteo a verme dos veces, y yo me rehusé a mirarlos. No estaba tan desesperado como para matar al primero que se cruzara en mi camino, pero inesperadamente no tenia hambre. Eso o que todas las almas estaban podridas para mi gusto.

Como ya el sol se había terminado de ocultar, los caminos en el bosque estaban desiertos. Debías estar loco o realmente desesperado como para pasar con tu carruaje en medio de un bosque de noche. Los bandidos solían esconderse detrás de arbustos o arboles y asaltarte. Claro, yo no tenia miedo en absoluto de ellos. Es mas, una pelea era justo lo que necesitaba en este momento, para desahogarme.

Suspire agotado. Con la suerte que tenia, eso era casi imposible.

Las estrellas comenzaban a refulgir lentamente y la luna se colocaba en el centro del cielo. Era la única luz que tenia.

A veces, en ocasiones como esta, me preguntaba si era posible que alguien estuviera maldito. Mi vida había sido miserable desde el momento que había abierto mis ojos y no terminaba de irme mal. Damon solía decirme que si obrabas con bien, te iría bien. Claro, jamas le hice el menor de los casos, porque mataba para vivir.

Matar para vivir.

Menee la cabeza y resople. Seguí caminando, escuchando el cantar de los grillos y mis pasos sobre el camino. No debía de sentirme así, no era bueno sentir nada. Era horrible.

Aun no lograba entender como un ser humano podía alojar tantos sentimientos a la vez. Era agobiante.

Una vez mas, el recuerdo de Alexandra me reboto en la mente y trate de alejarlo. Ella no debía de enterarse de lo que estaba a punto de hacer. Nadie debería saberlo. Nadie.

Estaría tan decepcionada...

Al llegar al palacio hice una mueca y gruñí. Era como si regresara a mi propia prisión. Lisandro me esperaba, por supuesto que lo hacia. Estaba recargado en la puerta de entrada, con los brazos cruzados en el pecho y los ojos cerrados.

-Sabia que regresarías-murmuro Lisandro.

-No se porque no me sorprende-le conteste rodando los ojos.

-Voltéate-respondió incorporándose.

-¿Que...?-alcance a preguntar antes de sentir el ardor horrible en mis muñecas. Lisandro me había colocado una vez mas esas malditas esposas. Recite unas groserías entre dientes mientras suspiraba.

-¿A que se debe esto?-le pregunte arqueando una ceja.

-A desobedecerme-musito Lisandro-ahora...entra.

Lisandro abrio la puerta. Me empujo bruscamente por la espalda y maldije en silencio. Estaba furioso.

-¿Decepcionado por que regresara?- traté de imprimir a mi voz el suficiente sarcasmo.

Lisandro solto una risa socarrona.

-Zander Lane, es más que eso.

Llegamos al vestíbulo y me enderece al notar algo raro. Estaba lleno. Todos los sofás y las sillas estaban ocupados e incluso aun había personas de pie.

Identifique a Opal, a Alex e incluso a Ace. Más atras, recargado en la pared, se encontraba Killian. Sin embargo los demás eran totales desconocidos para mí. Pude haberlos estudiado más de cerca si mi atención no hubiera sido atraída como un imán al centro de la sala.

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