6

1.4K 188 66
                                    

Un alto grito resonó en las paredes de la gran casa eslava

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Un alto grito resonó en las paredes de la gran casa eslava. La lluvia caía afuera, dándole un ambiente algo tétrico al lugar. Rusia aún no volvía de su cita con Estados Unidos y parecía que no lo haría en un buen rato.

Mirando al kazajo descansando aparentemente desnudo a su lado, Alemania no puedo evitar pensar lo peor. Bajó las manos hasta su trasero buscando algún rastro de que él hubiese sido el pasivo, se negaba a que su primera vez siendo el de abajo fuese estando borracho. Exhaló con tranquilidad al ver que no fue así.

Reprimió un grito de horror al darse cuenta que entonces fue él mismo quien le dio al hermano de Rusia.

Oh, ¿qué había hecho?

Ahora Kazajistán lo iba a odiar de por vida. El menor sólo lo había ido a ayudar, viajando hasta territorio danés para cuidarlo y luego Alemania abusaba de su virgen -supuso- y dulce cuerpo. Se iría al infierno junto a su padre.

Estaba a nada de llorar cuando una adormilada voz le llamó la atención. Sintió como su cuerpo se estremecía al ver el cuerpo del menor moverse y abrir los ojos.

― ¿Ale?―talló sus ojos mientras trataba de sentarse.

Alemania alzó sus manos hacia él para ayudarlo pero inmediatamente las quitó, se sentía mal al tocarlo.

Sin poder soportar más la presión en su pecho, el alemán se arrojó sobre el suelo llorando desconsoladamente. Era una asquerosa persona, se merecía todas las malas palabras que Kazajistán seguramente estaba por decirle. Rusia lo odiaría de por vida y se le negaría volver a verlos.

― ¿Por qué estás llorando?―cuestionó el menor.

El chico de cabellos castaños se levantó un poco del asiento y luego se dejó caer de nuevo. Era tan miserable.

― Abusé de ti y...― lloró aún más, interrumpiendo sus propias palabras.

Kazajistán inclinó la cabeza hacia un lado sin terminar de creer esas palabras. Frunció el ceño y examinó el cuerpo de su acompañante. Rio.

― Ale, tú y yo no tuvimos sexo.―Trató de calmarlo―. Ni siquiera estamos desnudos. ―Apartó con fuerza la cobija, revelando que tenían los pantalones puestos.

― ¿Qué?―Alemania calmó un poco su llanto y parpadeó varias veces para eliminar algunas pequeñas lágrimas.

― Si ―asintió―. No hicimos nada, y en todo caso, si lo hubiéramos hecho, yo sería el que estuviera mal porque te habría tocado cuando estabas borracho.

Eso pareció reponer el ánimo del europeo que ahora tenía una completa cara de felicidad. Se lanzó sobre el menor y lo abrazó con fuerza.

― Ay, gracias, Kaz.

El asiático volvió a reír mientras pasaba sus manos sobre los rizos del alemán.

― ¿Entonces por qué no tenemos camisa?―cuestionó.

|| On The Ground ||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora