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La música llenaba el lugar, haciendo doler sus oídos y querer huir

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La música llenaba el lugar, haciendo doler sus oídos y querer huir. No era una persona de fiestas, de hecho le desagradaban mucho. Cuando era niño lloraba y hacia berrinches cada que su padre lo quería llevar a una o si tenía planes de organizarlas, pero debía hacerlo por su amigo.

Los cuerpos se movían sin intenciones de detener su baile mientras Kazajistán intentaba hacerse paso entre ellos. Restregó su dorso contra su playera cuando sintió algo viscoso alcanzarla. Oh, Rusia le debía una. Kazajistán se daría una muy, muy larga ducha cuando regresara a casa.

Sintió la mano de un tipo colocarse sobre su cintura y palideció. El hombre le regaló una sonrisa a la vez que lentamente bajaba hasta su trasero. Tuvo ganas de gritar pero se comportó y se apartó con algo de fuerza.

Si, le debía una muy grande.

Tal vez iría a charlar con Dinamarca y le daría una lección sobre dejar a alemanes en su país llorando en un bar. Bueno, el nórdico no dejó a Alemania exactamente en ese lugar, pero ahí lo encontró.

Posó su palma en el hombro del hijo de Third para llamar su atención, haciéndolo levantarse rápido de su silla y abrazarlo mientras lloraba.

Sin saber como reaccionar, palmeó su cabeza con delicadeza y desenredó sus cabellos. Siempre adoró los rizos de Alemania. De pequeño mientras vivía con ellos, el pequeño kazajo tuvo una obsesión por el pelo del alemán pues nunca antes tuvo la oportunidad de ver algo así.

Alemania lo había amenazado de dejarse calvo si no lo dejaba en paz.

Sonrió ante el recuerdo y alzó al mayor sobre sus hombros. El barman se acercó a él con una cuenta que casi lo hace vender sus órganos y aclaro su garganta.

―Anótelo en la cuenta de Dinamarca. ―Y dicho eso salió del local.

Si el hermano de Noruega causó eso, mínimo debía pagar por los tragos.

Mientras tomaba un taxi, Kazajistán anotó en su cabeza que en definitiva Rusia le debía un gran favor. Antes no se había dado cuenta de algo: ese era un bar gay.

No quería imaginarse las fotos que saldrían si era Rusia el que iba. En cambio, no muchos sabían quien era él así que no importaba.

Subió a su amigo en el coche y este rápidamente se acostó sobre sus piernas, llamando la atención del chofer. Kazajistán se avergonzó, era obvio que todos sabían quien era Alemania.

―Dina...―balbuceó el castaño―...cásate conmigo... ¿sí?

El corazón de Kazajistán se enterneció y le fue imposible no atraerlo hacia si para abrazarlo.

― Oh, Ale. 

 

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