Capítulo 34.

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Capítulo 34.

Kelyam.


Una presión, una simple presión de sus labios me afecta más de lo imaginable. Me deja sin aire, mi cuerpo hormiguea y los vellos se erizan, por solo un maldito toque. Uno que no esperaba, ni pensé que querría, hasta que lo dio.

Una presión, tres segundos; cambia todo. Enciende la chispa que ya estaba hecha.

Lentamente, él rompe el contacto de nuestros labios sin apartarse tanto. Su mano sigue en mi mejilla, nuestras narices se rozan y las respiraciones se mezclan. Cuando abre los ojos, tengo el paquete completo; palabras, toque y mirada... Todo me afecta.

—Yo... —susurra—, Genio...

Nunca antes me había gustado tanto ese mote hasta que usa ese tono, ese anhelo en su voz... Me hace querer que lo diga más seguido así.

Abro la boca para responderle, sin saber exactamente qué decir, pero vuelvo a fijarme en sus ojos y entonces quedo en blanco, mis latidos aumentan y los sentidos se me nublan. Lo siguiente es que ahora soy quien corta la distancia y vuelvo a unir nuestros labios. Esta vez, yendo más que un toque. 

Finnegan responde al instante, se inclina más a mí y desliza la mano de mi mejilla a la cintura, envolviéndome para juntarnos; los pechos colisionan y las piernas se enredan. Llevo mis manos a sus hombros, aferrándome a ellos mientras nuestros labios se saborean lentamente entre sí.

Se siente raro porque hace mucho no beso, pero parece que nuestras bocas se adaptan al instante. Como si estuviésemos acostumbrados a ello. Solamente sé que es la primera vez por lo que me hace sentir... Estoy en lo alto de una montaña rusa, mi pulso está a mil, la emoción y la adrenalina se mezcla, entonces caigo, caigo, caigo... Y ni siquiera cuando se acaba, dejo de sentir la sensación.

Soy la primera en apartarme por aire, inspiro hondo y luego lo veo. Labios hinchados, respiración agitada, mirada transparente... Hace mucho no me sentía así. Yo no me muevo, aunque él salta hacia atrás cuando alza la cabeza.

—Mierda —dice—. Te besé.

—Creo que sí —contesto, no muy inteligentemente.

Nos observamos, pero sus ojos divagan y parece que está perdido. ¿Sentirá arrepentimiento? La simple idea hace que el subidón que siento, decaiga, porque yo no estoy arrepentida... Maldición.

—Deberíamos volver —indica, poniéndose de pie.

Miro al frente a la vez que trago grueso.

—Adelántate.

—No puedo dejarte sola aquí —replica.

Y sé que no lo hará, por ende me levanto también, ahorrándome una posible discusión sin sentido. Da la vuelta y empieza a caminar, lo sigo en silencio sin saber qué hacer, decir o a dónde mirar. Parece una ilusión lejana de que momentos atrás nos besábamos y me sentía... como me estaba sintiendo.

Ahora hay silencio, la brisa está más fría y él camina rápido para alejarse de mí. Eso no me gusta.

Cuando regresamos a la orilla de la fiesta, finalmente se detiene a verme. Tomo aire, esperando lo que vaya a decir, sin embargo, abre la boca, luego la cierra; sacude la cabeza y mira a otro lugar.

—Lo siento —dice, tan bajo que casi no escucho.

Pero que, desgraciadamente, sí logro escuchar.

—Está bien —asiento, cruzando mis brazos.

El Filo de un Corazón Roto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora