Capítulo 10.

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Capítulo 10.

¿Quién creyó que seria una simple reunión? Teniendo en cuenta que la organizadora y anfitriona es Alannah, sinónimo de amante de fiestas, era cuestionable.

En sí se puede considerar reunión, los invitados son pocos, pero la decoración es otra cosa. El patio de los Fitzgerald está lleno de globos, dos mesas decorada más los aperitivos, y de hecho una mesa especial para los niños, en cuyas cabeceras hay tronos porque la temática es de príncipe y princesa.

Ahí están los mellizos, contentos en sus sillas y coronas en sus cabezas. A los lados están el resto; los primos Fitzgerald, Alan y Jack vestidos como caballeros, la prima Valeria usando una tiara también, como la hija de Colin, y otros tres niños cuyos padres deben ser amigos de Alannah y Declan. Cabe resaltar que ambos también portan coronas, porque ella así lo mandó y él no puede contradecirla.

Incluso yo estoy llevando una tiara, porque según Darik los hermanos de los reyes también se consideran príncipes. Como prueba nos explicó todo el árbol genealógico de la Familia Real británica y sus títulos. Entonces ahí está él, llevando una corona mientras ve a Adara cargar a Mikael —claro que ella también usa una—.

—¿Se supone que debo hacer una reverencia a ti también? —inquiere Zack acercándose con una mirada divertida—. Dannie me obligó a hacerlo cuando llegué.

—Muestra un poco más de respeto, plebeyo —contesto fingiendo seriedad.

—¿Plebeyo? Debo ser al menos de la nobleza para haber sido invitado.

—O el mejor amigo plebeyo de la hermana del Rey.

—Qué compasivo es el Rey —replica, me tiende su brazo y con su cabeza señala hacia la casa—. ¿Empezamos a saquear?

—Eres una mala influencia —digo tomando su brazo y caminamos rodeando a los invitados.

—¿Mala influencia? Solo te hice una pregunta e inmediato aceptaste —Bufa negando con la cabeza—. Es que no tienes fuerza de voluntad, princesita.

—Princesita —repito desdeñosamente—, ja.

Llegamos a la casa y nos escabullimos dentro de la cocina, tomamos lo que podemos antes de apartarnos sentándonos en las escaleras. Todos están afuera y desde la cocina no nos vemos, así que estaremos bien.

—Estaba pensando en raparme —comenta, llevándose unos doritos a la boca.

—¿Qué? —espeto sorprendida—. Cortarías tus rastas.

—¿Y cuál crees que es el punto? —Me da una mirada irónica.

—Nunca te he visto sin rastas, ni siquiera en fotos —señalo cayendo en cuenta de eso justo ahora—. Son, como, icónicas.

—Es porque nunca te he mostrado mis fotos de niño.

—¿Puedo verlas?

—Cuando yo quiera —responde, me tiende la bolsa de doritos y yo le doy la de papas—. Entonces, quiero raparme y Adara casi pega el grito al cielo.

—Porque te perdería como cliente.

—Dudo que le haga falta mis euros del mes, cada vez que voy hay un cliente nuevo.

—Bueno, ¿pero lo harás? —inquiero volviendo al punto, él se encoge de hombros dejando entender que aun lo piensa.

Volvemos a intercambiar dulces, esta vez escojo una galleta que con solo un mordisco sé que las hizo la abuela de Alannah. Lo que me hace acordarme del día de ayer.

El Filo de un Corazón Roto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora