Capítulo 27.

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Capítulo 27.

Siento molestia en mi cuerpo, de paso hay algo pegándose a mis brazos y fastidia; abro los ojos para saber qué es, hallando que son las piezas del rompecabezas. Finnegan y yo nos quedamos dormidos sobre el juego, sus piernas a la altura de mi rostro.

Miro su cara, frunce el ceño por la luz que... Esperen... Es de día... ¡Mierda! No llegué a casa anoche.

—¡Joder, joder, joder! —espabilo sentándome.

Logro conseguir el celular de Finnegan, pero está descargado y un escalofrío me recorre la columna.

—Declan me va a matar —jadeo, y empiezo a zarandear a Finnegan—. ¡Levántate! Joder, ¡que te levantes!

—¿Qué rayos...? Genio, ¿qué?

—Es de día.

—Y yo que pensaba que cuando el sol salía, era de noche...

—¡Finnegan! —me desespero—. ¡No llegué a casa! No avisé y tu celular está apagado.

—Mierda —vocifera levantándose—. Mierda, mierda. Vámonos.

No tiene que decirlo dos veces para que baje de la casita, prácticamente troto para llegar a su coche. Y cuando estamos llegan a la entrada de la casa, su mamá está asomada.

—¿Finnegan, dónde rayos estabas? —exige saber.

—Vendré a oír tu regaño después del de su hermano —responde señalándome.

No sé qué más expresa, mi mente solo está enrollada en lo que encontraré en mi casa. Casi llegando, el celular consigue prender y me horroriza la cantidad de llamadas y mensajes de Declan. El corazón me late desembocado y no por la velocidad en que maneja Finnegan.

Al llegar, bajo corriendo y él me sigue, preocupado. Toco el timbre repetidas veces, hasta que Alannah aparece con una serenidad extraña y tensa.

—Lo siento mucho —Finnegan se adelanta a hablar—. Nos quedamos dormidos en mi casa.

—No fue mi intención...

—De acuerdo, lo que importa es que ya llegaste —dice, pero la conozco demasiado bien para saber que su serenidad es fingida—. Gracias por traerla, Finnegan. Ten buen día.

—No es un problema, de verdad lamento la hora.

Alannah asiente y se gira para entrar, comparto una mirada más con él antes de seguirla. Cuando la puerta se cierra, observo el furioso rostro de Alannah como esperaba.

—Anne...

—Anne nada —espeta negando con la cabeza—. Soy la peor en control de expresiones, sin embargo tuve que bajar yo porque si abría tu hermano, los ahorcaría a los dos con solo la mirada. Y no quieres ni imaginar cómo está allá arriba, pero debes subir ahora mismo.

No respondo, obedezco de inmediato porque reconozco que mi posición no es nada favorable. Mientras subo sacudo mis manos, nerviosa, y al llegar a la sala y chocar con los llameantes ojos de Declan, me quedo estática como un militar.

Él, con las manos en la cintura, cabello desordenado, ojeras marcadas y su expresión molesta acentuada, habla imponente y fuerte.

—¿Dónde demonios estabas, Kelyam Michelle? —Me sobresalto por la palabrota; nunca lo oí decir una.

—En la casa de Finnegan...

—¿Ah sí? Porque conseguimos el número de sus padres y ellos tampoco sabían dónde estaban.

El Filo de un Corazón Roto.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora